Mensaje P. Tony Salinas
miércoles, 13 de junio de 2012
“El Reino de Dios” Mc 4, 26-34 Domingo XI del tiempo ordinario
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Al Encuentro con la Palabra…
“El Reino de Dios” Mc 4, 26-34
La liturgia de la Palabra de este
domingo XI del tiempo ordinario, se sostiene sustancialmente en un grupo de
tres parábolas. La primera la encontramos a través de la primera lectura del
profeta Ezequiel (17,22-24), la del cedro. Las otras dos, de la semilla y de la
mostaza, están insertadas en el discurso de parábolas de Jesús, uno de los dos
discursos que Marcos conservó en su evangelio, junto al del capítulo 13.
Pues bien, Jesús aparece, al igual
que los profetas, como un predicador que hace hablar a la propia naturaleza,
cuyo discurso parece siempre mudo, y no es sólo un mensaje de paz y quietud,
sino también de relevancia y sentido beligerante. A través de estas parábolas,
se manifiesta un elemento minúsculo real, que luego viene y se convierte en un elemento
de características extraordinarias, igualmente reales. Pensemos en el
nacimiento del Reino de Dios de esa manera microscópica, como la semilla de
trigo puesta en la tierra; pensemos en el granito de mostaza, “la más pequeña de todas las semillas de la
tierra”. Igual lo dice el profeta Ezequiel, de una ramita frágil plantada
por Dios en el monte santo y alto, es decir, Sión. La imagen verdaderamente
afirma que por igual ese Reino que Jesús anuncia, es casi invisible y débil
respecto a la realidad de las estructuras políticas y culturales de este mundo,
rodeado a menudo de incomprensiones, ironía y fracaso. Pero lo más crucial de
estas comparaciones está en el desenlace final: la espiga llega de granos que
se eleva hacia el sol, he aquí el árbol de mostaza que cerca del lago de
Tiberíades puede alcanzar hasta tres metros de altura y sobre el cual pueden
posarse y anidar las aves.
De aquí se desprenden las más bellas
características del Reino de Dios:
-
Es el Reino un don de Dios, una acción divina dentro
de nuestro acontecimiento de
hombres.
-
Dios ha implantado, como una planta en nuestro
suelo, su reino.
-
Lo ha hecho de manera inesperada, oculta,
silenciosa y hasta paradójica.
-
Del modesto inicio se pasa a su final
extraordinario, por lo que nos deja con una serena confianza en el poder de
Dios y su providencia.
Luego de estos puntos de consideración conclusivos a partir de las tres
parábolas, podemos considerar que esta manera de presentar Jesús el Reino de
Dios, rompe el celo o la autosuficiencia de los que están convencidos de que
todo depende de ellos, incapaces de reconocer que Dios es siempre el primero en
intervenir en la historia de todos y de cada uno. Igual, rompe con el esquema
de aquellos que se pueden sentir indispensables en la construcción del mismo.
Nuestra pequeña fuerza, si está injertada en el fuerza del reino de Dios, se
transforma en un incendio que devora el hielo y el mal del mundo, se convierte
en una energía fecundadora que produce las espigas del bien y del amor. Estando
insertados en él, somos como una pequeña chispa que puede hacer que arda el
mundo entero.
Entonces, el mensaje es evidente: el reino de Dios, aunque con la
colaboración del hombre, es gracia, es don, no un producto de los esfuerzos
humanos. Todos podemos trabajar en él, pero es Dios el que siembra, hace crecer
y producir frutos. Esta verdad, nos permite ser parte de este reino, con serena
confianza y abandono en las manos de este divino agricultor, que sabe sembrar
para cosechar siempre lo mejor, por eso en sus manos divinas de Padre, ponemos
siempre nuestro mundo y la edificación de su reino.
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