La Palabra de Dios de este domingo está enfocada en el paso de Jesús llamando a los que Él quiso, revelando así que la llamada es siempre una iniciativa de Dios. Es interesante notar en el relato la referencia al juego de los ojos, particularmente importante en el evangelio de Juan: El Bautista “fija la mirada sobre Jesús”, Jesús “se vuelve y ve” a los dos que le siguen y los invita a “venir y ver”; ellos “ven dónde vive Jesús” y por último Jesús “fija la mirada” sobre Pedro llamándolo para un nuevo destino. No se trata sólo de ver, para Juan es una intuición interior que ya antes de decir algo, la mirada, el “ver” es ya un definición de un trasfondo interior, de un diálogo divino por parte del que ha bajado del cielo.
El relato nos va llevando a la lógica de todo proceso vocacional, porque al final del mismo aparece el “descubrimiento definitivo”. El “buscar” tiene un “encontrar” (“¿A quien buscas?…¡Hemos encontrado al Mesías!”). Luego el “seguir” tiene un permanecer” (“…se detuvieron”), un término querido a Juan que lo usa para indicar una comunión viva e intensa con Cristo. De simple rabí, título hebreo honorable para los maestros (literalmente “mi grande”, por tanto “mi Señor”), Jesús se convierte para esos hombres en el “Mesías-Cristo”. Toda vocación, todo llamado se inicia con un encuentro y progresivamente se va caminando hasta el deseo de querer permanecer allí. Gracias a la ayuda de un padre (en el caso de Elí y Samuel) de un hermano (Andrés y Pedro), los pasos por el camino de la vocación se vuelven más seguros y con un discernimiento más acelerado para evitar futuros equívocos, de quién es el que llama y para qué llama. El llamado no queda nunca abandonado en el desierto de la vida sino que sobre su cabeza se extiende siempre la sombra de una rama verde y florecida, signo de una primavera perenne, la de Dios.
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