Mensaje P. Tony Salinas
“El Señor llamó…” (Jn 1,35-42) (II Domingo del Tiempo Ordinario)
La Palabra de Dios de este domingo está enfocada en el paso de Jesús llamando a los que Él quiso, revelando así que la llamada es siempre una iniciativa de Dios. Es interesante notar en el relato la referencia al juego de los ojos, particularmente importante en el evangelio de Juan: El Bautista “fija la mirada sobre Jesús”, Jesús “se vuelve y ve” a los dos que le siguen y los invita a “venir y ver”; ellos “ven dónde vive Jesús” y por último Jesús “fija la mirada” sobre Pedro llamándolo para un nuevo destino. No se trata sólo de ver, para Juan es una intuición interior que ya antes de decir algo, la mirada, el “ver” es ya un definición de un trasfondo interior, de un diálogo divino por parte del que ha bajado del cielo.
El relato nos va llevando a la lógica de todo proceso vocacional, porque al final del mismo aparece el “descubrimiento definitivo”. El “buscar” tiene un “encontrar” (“¿A quien buscas?…¡Hemos encontrado al Mesías!”). Luego el “seguir” tiene un permanecer” (“…se detuvieron”), un término querido a Juan que lo usa para indicar una comunión viva e intensa con Cristo. De simple rabí, título hebreo honorable para los maestros (literalmente “mi grande”, por tanto “mi Señor”), Jesús se convierte para esos hombres en el “Mesías-Cristo”. Toda vocación, todo llamado se inicia con un encuentro y progresivamente se va caminando hasta el deseo de querer permanecer allí. Gracias a la ayuda de un padre (en el caso de Elí y Samuel) de un hermano (Andrés y Pedro), los pasos por el camino de la vocación se vuelven más seguros y con un discernimiento más acelerado para evitar futuros equívocos, de quién es el que llama y para qué llama. El llamado no queda nunca abandonado en el desierto de la vida sino que sobre su cabeza se extiende siempre la sombra de una rama verde y florecida, signo de una primavera perenne, la de Dios.
Vieron al niño con María su madre…” (Mt 2,1-12 – Epifanía del Señor)
Para las Iglesias de Oriente, la fiesta de la Epifanía es la verdadera celebración de la Navidad, porque evidencia ciertamente la “manifestación” (en griego epifaneia) de Cristo en la carne del hombre.
Si esto es así, el viaje de los Magos guiados por la estrella, en búsqueda del Niño-Dios, se convierte, así, en el emblema de la vida cristiana entendida como desapego, seguimiento y búsqueda del Rey que ha nacido para salvarnos. Tenemos que llegar a encontrarlo y verlo, con su madre María. En los Magos de Oriente hay un elemento de sabiduría sorprendente, abandonando su tierra y emprendiendo un largo viaje, van tras aquello que estaban esperando encontrar, la cúspide de todos sus estudios, investigaciones y hasta por qué no decir, también de sus más profundas aspiraciones, por lo que valía la pena el más grande sacrificio. En cambio, quien de nosotros se ha instalado demasiado en la ciudad, en su pueblo, no sentirá necesidad de Belén; más aún, tanto Belén, como Nazaret, le parecerán un pueblo insignificante “del cual no puede salir nada bueno”.
Pero en el relato de los Magos se evidencian a esos muchos corazones que se mueven, que se hacen peregrinos en búsqueda de la verdad. Y, no hablamos de unos cuantos, son legiones que en este mundo andan en su búsqueda. La salvación se hace entonces universal. Dios ha salido a buscar a todos los hombre y mujeres de este mundo; por todos se ha hecho pequeño y busca incansablemente que todos le puedan encontrar, como lo encontraron los Magos. Sobre todos coloca su estrella para que nadie pueda errar el camino. La salvación no conoce fronteras políticas y culturales, todos la pueden acoger. Y a Cristo, por caminos inéditos y a menudo misteriosos, llegan multitudes de cristianos “anónimos” que lo buscan y lo confiesan, quizás sin pronunciar su nombre. Ellos llevan de Madián, de Efá y de Saba su oro y su incienso, es decir, su justicia y su amor.
En los tres personajes de Oriente, pequeña procesión de búsqueda, se ve la Iglesia en su gran procesión hacia la meta: “multitud inmensa, que nadie puede contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua” (Ap 7,9). La procesión hecha viaje tiene una meta alcanzada. Es significativo la escena final de la narración de Mateo: los Magos son presentados como auténticos creyentes, que caen “postrados en adoración”. Dios se hace encontrar por quien lo busca con sincero corazón; el itinerario no es como el de las caravanas que se pierden en el desierto, sino que conoce la meta. Después de haber pasado incluso por el “valle de la muerte”, el que busca a Dios sale victorioso y se ve ya sostenido por el techo que Dios le ha preparado: “ante mí tú preparas una mesa… Porque tú estás conmigo” (Sal 23).
Comprendemos entonces, que la fiesta de la Epifanía es más que una fiesta de Reyes Magos y regalos, es la fiesta de la vocación cristiana, incansable e insaciable de buscar la verdad que sólo está en ese lugar que la estrella hoy todavía nos indica. Hay que salir y dejarlo todo para llegar hasta allí. Jesús manifestado para todos, está siempre allí, nos espera y nos sonríe con la ternura de un Niño en la compañía de su Madre. Bendita fiesta que nos recuerda la necesidad de seguir siempre esa estrella que es el símbolo de la luz que a nadie deberá falta, en la oscura realidad de muchas inteligencias de nuestra realidad actual.
“En el nombre…” (Mt 28,16-20 – Solemnidad de la Santísima Trinidad)
“Recibe el Espíritu Santo” (Jn 20,19-23 – Domingo de Pentecostés)
“Fue elevado…” (Mc 16,15-20 – Domingo de la Ascensión)
“El mandamiento…” (Jn 15,9-17 – VI Domingo de Pascua)
“Grano de Trigo” (Jn 12,20-22 – V Domingo del Tiempo Ordinario)
“Dejándose tentar por Satanás…” (Mc 1,12-15)
“En aquel tiempo se acercó a Jesús un leproso…” (Mc 1,40-45-VI Domingo del Tiempo Ordinario)
Al Encuentro de la Palabra…
“En aquel tiempo se acercó a Jesús un leproso…” (Mc 1,40-45-VI Domingo del Tiempo Ordinario)
Hoy acompañando a Jesús en su itinerario presentado por el evangelio de Marcos, nos detenemos para ver su acción ante un leproso. La práctica señalada por la ley y hoy presentada a través del libro del Levítico, que es la primera lectura, dejaba claro dicha práxis: “El que haya sido declarado enfermo de lepra, andará harapiento y despeinado, con la barba rapada y gritando:”¡Impuro, impuro!” (13,44).
“Vieron dónde vivía…” (Jn 1,35-42 – Segundo Domingo del Tiempo Ordinario)
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