Mensaje P. Tony Salinas

jueves, 20 de diciembre de 2012

Al Encuentro de la Palabra…en el Año de la Fe.
“¿Quién soy yo…?” (Lc 1,39-4; IV Domingo de Adviento)

            ¡Llegamos así al último Domingo de Adviento! Como hemos visto a lo largo de todos estos domingos, este tiempo está dominado por grandes figuras: los precursores. Entre ellos destaca María. La Virgen anunciada por Isaías en un evangelio en el que se proclama que Dios salva en la pobreza. La potencia de Dios brilla en la debilidad del hombre. Los hombres buscamos signos contundentes para creer, pero se nos dará otro signo que el una Virgen-Madre. Sólo Dios en verdad Salva y hace obras maravillosas.
            De esta manera se nos llama a la fe. Bienaventurados los creyentes, resonará en este domingo el gran tema del evangelio, referido a ella, a María, que creyó, entendiendo el proyecto de Dios. Dios actúa no de manera espectacular, sino sencilla y silenciosamente, pero es necesario creer.
            Entremos en el texto sagrado de Lucas, es un relato conocido como la “Visitación de María a su prima santa Isabel”, la prisa con que María se pone en camino, la alegría que reparte en la casa, nos recuerda el estupendo texto del profeta Ezequiel que hemos leído en la primera lectura, de la casa de “Belén de Éfrata saldrá el jefe de Israel”. Una promesa que llega a su cumplimiento, realmente Dios, hará que el tiempo se haga nuevo para el inicio de la historia, donde María, como Arca de la nueva Alianza, nos trae su contenido salvífico, su Hijo santísimo. Ella lleva en su seno la Alianza irrevocable y definitiva de Dios con los hombres. La única condición para tan maravilloso privilegio, es la fe. De ahí, que comprendamos que como lo han dicho ya los Santos Padres, María, antes de concebirlo en su vientre físicamente, lo concibió primero en su fe. Porque creyó se cumplirán las promesas en que precisamente creyó. Esto nos enseña, que a la luz de María, la fe no es tanto creer unas cuantas verdades cuanto entregarse en libertad a Dios. Ofrecerse a Dios para hacer su voluntad. Todas estas consideraciones, hacen de este cuarto domingo, un domingo que hace poner nuestra mirada en la Madre de Jesús, el Adviento es en verdad un tiempo mariano por excelencia. Es por su fe en el Altísimo, es que ella queda llena de gracia y lo es porque está llena de Dios, el puro crisol que, al no poner nada de sí misma, deja transparentar totalmente y solamente a Dios.
            Este domingo, nos recuerda que Dios nos necesita, cuenta con nuestra colaboración para su proyecto de salvación del género humano. Pero al igual que María, es necesaria la fe. Si hace falta la fe, nadie se compromete al proyecto de Dios. La abundancia, en cambio, de humildad y temor de Dios, hace que podamos entrar sin temor a su proyecto. Ni una fe deficiente ni una humildad excesiva deben cohibir nuestra decisión de entregarnos a la tarea y misión que Dios nos quiera encomendar. Dios en verdad tiene necesidad de cada uno de nosotros, aunque nos creamos innecesarios. Aunque tengamos un complejo de pequeñez ante la grandeza del Dios que pide nuestra colaboración.
            Cerremos el tiempo del Adviento, convencidos del gran camino espiritual que hemos podido fomentar, a través de la oración, la meditación de la Palabra y las buenas obras, María, vivió este programas, y sólo por ello pudo decir en verdad: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Que el año de la fe, nos anime a responder como ella a la llamada del Señor. Desde ya, que cerremos felizmente este tiempo de gracia para abrirnos así la novedad salvífica de la Navidad.


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