Mensaje P. Tony Salinas

viernes, 14 de diciembre de 2012

Al Encuentro de la Palabra…en el Año de la Fe.
“Y todos se preguntaban…” (Lc 3,10-18; 3º Domingo de Adviento)

            La alegría es característica esencial de toda fiesta. Pero hay alegrías superficiales. La humanidad ha inventado muchos trucos para producir la alegría: el vino, la comida abundante, la música, la danza desenfrenada. Sin embargo, la única alegría posible es la que nace del corazón. No son las cosas exteriores la fuente del gozo verdadero; es el hombre en paz consigo mismo, en relación fraternal con los demás y en armonía con el universo compartido. En la raíz misma de la alegría está Dios, como fuente de la vida y del amor. Los creyentes están llenos de gozo porque el Señor está cerca y salva al hombre en la historia. Y comenzamos hablando de la alegría, porque este es el domingo de la “Alegría”, de la que es auténtica y definitiva. Y es la Palabra de Dios, la que nos pone en esta sintonía rítmica que toca las entrañas propias del corazón. Se nos pide que estemos alegres en la espera, así san Pablo en la segunda lectura a los Tesalonicenses, nos exhorta: ¡Estad siempre alegres! Es la alegría de vernos personados y de saber que Dios está en medio de nosotros, salvando y alejando el temor. Pero esto no basta. Una conversión total y continuada del corazón es necesaria para que nuestra espera sea auténtica. Deberíamos preguntar también nosotros con sinceridad: “¿Qué debemos hacer?”.  Esta pregunta es el centro del Evangelio de hoy. La presencia de Juan el Bautista y su mensaje, nos pone en la más clara actitud para esperar al Señor. Ayer Juan anunciaba la llegada del Mesías y con ello la urgente llamada a la conversión. Hoy por igual, el adviento nos coloca ante él, quien es el último de los profetas y ante su mensaje de cambio radical de vida. Por ello ayer “Todos le preguntaban” si era el Mesías, hoy muchos todavía podrían hacerle la misma pregunta, ya que todos esperamos y anhelamos a alguno que nos venga a salvar y rescatar de las profundas heridas que nos pueda dejar la vida. Pero el Mesías es uno sólo, no hay otro a quien podamos esperar y tengamos que poner nuestras esperanzas. Y a ese Mesías, Juan es el que nos anuncia: “Viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias”. Esta no es una hipótesis teológica, una falsedad arrastrada a través de los siglos. Jesús de Nazaret, es el Mesías, el Hijo único del Padre, ante quien nadie al igual que Juan, puede merecer desatarle la correa de sus sandalias. Se trata de una actitud interior que expresa la necesidad de saber quien está por llegar y en segundo lugar, mostrar un sentimiento de humildad y de búsqueda de lo esencial en nuestra práctica religiosa. “¿Qué debemos hacer?” Repartir con los que tienen menos que nosotros, no hacer extorciones a nadie. Sólo entonces, vacíos de nosotros mismos, se encarnará Dios en nosotros. Y aquí nace la verdadera alegría. Dios es la razón primera y última de la alegría humana, aunque muchos podamos buscarla fuera de nosotros. Para todos los que estamos escuchando la Palabra de Dios en este domingo, la invitación es a entrar en la escuela de la alegría del Señor. Es cierto que hay muchas razones en el tiempo actual para entrar en el túnel de la tristeza, pero el Señor que viene, quiere cambiar nuestros lutos en vestidos de galas y de fiesta (Baruc 5,1-9), es decir, aprender del dolor y el sufrimiento, su hondo y profundo sentido de gracia, que nos lleva a la alegría agradecida, aunque tuvimos que  haber bebido sorbos amargos de dolor. Con el cántico de Isaías hagamos oración en esta tercera semana, diciéndonos continuamente: “Gritad jubilosos: ¡Qué grande es en medio de ti, el Santo de Israel!”.




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