Al Encuentro de la Palabra…en el Año de la Fe.
“Y todos se preguntaban…” (Lc 3,10-18; 3º
Domingo de Adviento)
La alegría es
característica esencial de toda fiesta. Pero hay alegrías superficiales. La
humanidad ha inventado muchos trucos para producir la alegría: el vino, la
comida abundante, la música, la danza desenfrenada. Sin embargo, la única
alegría posible es la que nace del corazón. No son las cosas exteriores la
fuente del gozo verdadero; es el hombre en paz consigo mismo, en relación
fraternal con los demás y en armonía con el universo compartido. En la raíz
misma de la alegría está Dios, como fuente de la vida y del amor. Los creyentes
están llenos de gozo porque el Señor está cerca y salva al hombre en la
historia. Y comenzamos hablando de la alegría, porque este es el domingo de la
“Alegría”, de la que es auténtica y definitiva. Y es la Palabra de Dios, la que
nos pone en esta sintonía rítmica que toca las entrañas propias del corazón. Se
nos pide que estemos alegres en la espera, así san Pablo en la segunda lectura
a los Tesalonicenses, nos exhorta: ¡Estad siempre alegres! Es la alegría de
vernos personados y de saber que Dios está en medio de nosotros, salvando y
alejando el temor. Pero esto no basta. Una conversión total y continuada del
corazón es necesaria para que nuestra espera sea auténtica. Deberíamos
preguntar también nosotros con sinceridad: “¿Qué debemos hacer?”. Esta pregunta es el centro del Evangelio de
hoy. La presencia de Juan el Bautista y su mensaje, nos pone en la más clara
actitud para esperar al Señor. Ayer Juan anunciaba la llegada del Mesías y con
ello la urgente llamada a la conversión. Hoy por igual, el adviento nos coloca
ante él, quien es el último de los profetas y ante su mensaje de cambio radical
de vida. Por ello ayer “Todos le preguntaban” si era el Mesías, hoy muchos
todavía podrían hacerle la misma pregunta, ya que todos esperamos y anhelamos a
alguno que nos venga a salvar y rescatar de las profundas heridas que nos pueda
dejar la vida. Pero el Mesías es uno sólo, no hay otro a quien podamos esperar
y tengamos que poner nuestras esperanzas. Y a ese Mesías, Juan es el que nos
anuncia: “Viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de
sus sandalias”. Esta no es una hipótesis teológica, una falsedad arrastrada a
través de los siglos. Jesús de Nazaret, es el Mesías, el Hijo único del Padre,
ante quien nadie al igual que Juan, puede merecer desatarle la correa de sus
sandalias. Se trata de una actitud interior que expresa la necesidad de saber
quien está por llegar y en segundo lugar, mostrar un sentimiento de humildad y
de búsqueda de lo esencial en nuestra práctica religiosa. “¿Qué debemos hacer?”
Repartir con los que tienen menos que nosotros, no hacer extorciones a nadie.
Sólo entonces, vacíos de nosotros mismos, se encarnará Dios en nosotros. Y aquí
nace la verdadera alegría. Dios es la razón primera y última de la alegría
humana, aunque muchos podamos buscarla fuera de nosotros. Para todos los que
estamos escuchando la Palabra de Dios en este domingo, la invitación es a
entrar en la escuela de la alegría del Señor. Es cierto que hay muchas razones
en el tiempo actual para entrar en el túnel de la tristeza, pero el Señor que
viene, quiere cambiar nuestros lutos en vestidos de galas y de fiesta (Baruc
5,1-9), es decir, aprender del dolor y el sufrimiento, su hondo y profundo
sentido de gracia, que nos lleva a la alegría agradecida, aunque tuvimos
que haber bebido sorbos amargos de
dolor. Con el cántico de Isaías hagamos oración en esta tercera semana,
diciéndonos continuamente: “Gritad jubilosos: ¡Qué grande es en medio de ti, el
Santo de Israel!”.
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