Mensaje P. Tony Salinas
lunes, 22 de abril de 2013
“Hijos míos… Discípulos míos…” (Jn 13,31-33a. 34-35 – 5º Domingo de Pascua)
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Al Encuentro de la Palabra…en el Año de la Fe
“Hijos míos… Discípulos míos…” (Jn
13,31-33a. 34-35 – 5º Domingo de Pascua)
Una constante muy conocida
por todos, ¡Eso espero! es que en el tiempo de la Pascua, los domingos se
entrelazan los textos de tres libros neotestamentarios: los Hechos de los
Apóstoles, que es el retrato de la Iglesia pascual sobre la tierra; el
Apocalipsis, el retrato de la Iglesia gloriosa; y el Evangelio según san Juan,
que podríamos decir, es el evangelio de la encarnación que une tierra y cielo,
pasión y glorificación.
De este evangelio, hoy de
nuevo nos alimentamos, con el hermoso texto que concluye con el recuerdo de la
citación del “Mandamiento Nuevo” del amor mutuo, que Jesús da a sus discípulos
como una disposición testamentaria y se lo encarga como señal de su discipulado
(v.35). Esta repetida “novedad” (Cf. Jn 13,14ss; 15,12ss y 1Jn), no viene en antítesis con el precepto
veterotestamentario del amor al prójimo
conocido ya en Lev 19,18, es la manera como la comunidad cristiana
interpreta la persona y la obra de Jesús. Para ella el mandamiento del amor
recíproco es nuevo, porque gracias a Jesús, el amor se ha convertido en
servicio y entrega, hasta dar la propia vida, como Él la ha dado. Esta manera
de amar es única y novedosa. Junto a la realidad del amor nuevo, aparece que
quien ama así entra en un campo vital en el que nosotros podemos y debemos amar
a los hermanos de un modo nuevo. Ese amor nos renueva, de forma que somos
hombres nuevos, herederos de la nueva alianza, cantadores del cántico nuevo.
Notemos cómo en pocas
líneas Jesús confirma tres veces el “mandamiento nuevo” del amor, queriendo
decir, que es el mandamiento perfecto, último y definitivo, según el lenguaje
bíblico. Ya no podemos esperar otro mandamiento. Este por lo tanto, llama a un
compromiso radical e “infinito”: en efecto, la comparación es con el amor mismo
de Cristo (“como yo los he amado, así deben amarse también ustedes”). Es un
compromiso total y recíproco (“ámense los unos a los otros”). En un mundo
marcado por el interés, por el goce egoísta, por la indiferencia, por el éxito,
Jesús nos propone hoy la “utopía” del amor. Y sus verdaderos discípulos no
dudan en afrontar con dramatismo esta
propuesta del amor, de la solidaridad, de la donación, convencidos de que ésta
sea en realidad fecunda y alegre, vencedora y suavizante, más allá de toda
previsión humana.
Así pues, el amor, como señal de reconocimiento de los
discípulos de Jesús, apunta al futuro de la comunidad. La redacción – como ya
antes el evangelista – ha considerado a los discípulos presentes en el
Cenáculo, en la Última Cena, como representantes de todos los futuros
creyentes; para él el significado de discípulos, está asumido en sentido
amplio, ellos deberán ser los Testigos de su amor recíproco, para que el
entorno incrédulo llegue al conocimiento de la Verdad (“para que el mundo crea,
o reconozca que tú me has envidado”).
En síntesis, el amor es la última y la más luminosa
estrella que nos presenta la liturgia de la Palabra de hoy. Constituye casi la
estrella polar de los famosos discursos de Jesús en la Última Cena anotados por
Juan y retomados hoy en el relato evangélico. Jesús se dirige a sus discípulos
llamándolos tiernamente “hijos” (es la única vez que este apelativo está puesto
en los labios de Jesús) y a ellos les propone su mandamiento nuevo. Quien
quiera ser discípulo suyo, deberá comprender que se trata de un amor
paradójico, no ya amar al prójimo como a uno mismo, sino con la misma totalidad
de donación del propio Jesús, que nos “amó hasta el extremo” (Jn 13,1).COmo
con el amor mismo de Cristo ("radical e "to perfecto, s de la
nueva alianza, contadores del cde la citaciiosa; y el Evange
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Muy buena apreciación.
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