Mensaje P. Tony Salinas

lunes, 28 de abril de 2014
Al Encuentro de la Palabra…
“Emaús…” (Lc 24,13-35 – Tercer Domingo de Pascua)

            El tercero de los siete domingos de Pascua tiene una de las más bellas y extraordinarias páginas de Lucas, la de Emaús, en la cual deberemos sumergirnos para hacer brillar ante nosotros, su profundo y siempre actual mensaje. Parece estar formada por cuatro actos. El primero (vv. 13-18), presenta a esos dos discípulos que caminan hacia esa pequeña aldea, con el corazón triste por lo acontecido en Jerusalén, y se les une un desconocido para hablar con ellos. El segundo acto lo encontramos en (vv.19-24), se trata del Credo ya destruido. Ese Cristo en el que habían puesto su esperanza, “un hombre poderoso en palabras y obras”, terminó en un fracaso “nuestros sacerdotes y nuestros jefes lo crucificaron”, y allí terminó todo. Algunas mujeres “vinieron a decirnos que tuvieron una visión de ángeles”, pero todo hasta allí. Y es aquí cuando entramos al tercer acto (vv.25-27), el extraño compañero de camino, les re-propone el Credo cristiano. Y al proponerlo de nuevo, parece que puso de nuevo fuego en sus corazones, ya que lo hizo explicándoles las Escrituras. Y ya en el cuarto acto (vv.28-35), meta física, porque han llegado ya a Emaús, se llega también a la meta del mensaje. Ellos le ruegan al forastero que se quede con ellos, ya que ha caído la tarde, y así, los gestos de hospitalidad, con esa cena en una modesta casa de Palestina son sustituidos por Lucas, casi en disolución, por los gestos de otra cena, la de la última noche de Cristo: “Tomó el pan, pronuncio la bendición, lo partió y se lo dio”. Ante el pan eucarístico partido, “sus ojos se abrieron y lo reconocieron”; “reconocer”, en la Biblia es el verbo de la fe. La chispa que había comenzado a “arder” durante el viaje ahora es como un incendio. Y aquel desconocido, al que reconocieron, ya se había ido, dejándolos profundamente inquietos y sobrecogidos.
            Pues bien, aunque hoy los especialista están buscando exactamente dónde quedaba Emaús, ya que el texto nos dice, “sesenta estadios”, es decir, unos 11 kilómetros de Jerusalén, la verdad es que para el hoy de nuestras vidas, Emaús es un gran símbolo del encuentro continuo de la Iglesia con su Señor resucitado. Encuentro a través de la escucha de la Biblia y la Eucaristía. Encuentro que se da sin duda a veces, entre los desánimos y problemas de la semana, vivida entre luces y sombras. Y aunque el encuentro supone la fe, no es un acto individual, aunque yo no crea Él se hace presente, su presencia no depende si yo creo o no. Como en el relato de hoy, los dos discípulos, no esperaban nada de Él, es más ya lo creían historia pasada. Pero Él salió a su encuentro y ellos abiertos a la fe, lo recibieron rápidamente. El Resucitado es el que ha tomado la iniciativa esperando que podamos reconocerlo.
            Al final de esta reflexión, cada uno deberá no dejar pasar de largo tan hermoso texto, ya que está narrado por Lucas, con la intención de colocarnos a cada uno de nosotros, como compañero de Cleofás, a quien él si menciona por nombre. El otro ha quedado anónimo para que su lugar lo ocupe Ud. o yo. Todos entonces, podemos ser protagonistas del relato de Emaús, porque todas las condiciones están dadas, a saber: Cristo sigue caminando por los senderos que van desde Jerusalén hasta cualquier parte del mundo, y nosotros también caminantes, no sabemos incluso a donde ir y con quien ir. Hoy el texto nos invita a “reconocer” al “Peregrino de Emaús”, para que explicándonos las Escrituras, nos lleve a la confesión de fe y en la “Fracción del Pan”, sepamos que es Él en verdad, que sigue a nuestro lado.  

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