Mensaje P. Tony Salinas

lunes, 18 de junio de 2012

Al Encuentro con la Palabra…
“Y dijo al mar…” Mc 4,35-41 (XII domingo del Tiempo Ordinario)

            Amigos y amigas, el tema central de la liturgia de la Palabra de este domingo está referido al mar. Para quienes saben visitar el mar y ver su quietud y el sentido que encierra al contemplar su color y extensión, no dejan se sentirse provocados por su encanto extraordinario. Sin negar que para otros es el símbolo misterioso del caos y de las potencias oscuras incontrolables de la naturaleza cuando se produce una tempestad o maremoto.
            En la Biblia el mar es sinónimo de una zona límite como lo era también el desierto, es decir, una zona en la cual los riesgos de perder la vida eran grandes. A esta visión se les une los mitos orientales, que describen al mar como una criatura poderosa y misteriosa envuelta en pañales por Dios. Es la imagen de una niño implacable y violento que no puede ser sino controlado por Dios, que lo bloquea encerrándolo en pañales. Es una imagen carcelaria. El mar está encarcelado. Él es una realidad ambigua por ser sede de la vida y de la fecundidad, pero al mismo tiempo causa de destrucción y de muerte.
             Si esta imagen estaba tan viva en la mentalidad de los discípulos que acompañan a Jesús en la barca, que se mueve de manera amenazante por la gran tempestad, mientras él dormía, podemos entonces imaginar cuan grande tuvo que haber sido el miedo que les dominaba en esa oportunidad. Y ante esta particular escena, se levanta Cristo como el prindipal actor, que toma domino de toda la escena que viven sus discípulos. Él se yergue desafiando al primer actor, el mar tratado aquí como si fuera una persona. En efecto, los verbos usado por Marcos son curiosos: “Increpó al mar diciéndole: ¡Calla! ¡Cálmate!”. Se trata de expresiones características de los ataques de Jesús contra el demonio. En el mar se resume simbólicamente todo el mal que Jesús vino a combatir y a vencer.
            Veamos pues, como el hecho de salvarlos de morir ahogados en las profundidades del mar de Galilea, se transforma en un signo de la victoria de Jesús sobre toda forma de mal que atenta contra la vida del hombre, a quién Él ha venido a salvar. Cristo, aparece aquí como el Señor del cosmos y de la historia, controla y subyuga el mal y ofrece a sus fieles el don de la paz y la esperanza, que estaba anteriormente amenazadas por las olas torrenciales y violentas del mar agitado de la vida. Es un relato que tiene siempre un mensaje de actualidad continua para los hombres y mujeres de todas las épocas de la historia.
            Cabe señalar además, como al final del relato, el evangelista obliga a todo lector a hacerse la pregunta fundamental sobre Jesús: “¿Quién es éste, a quien hasta el viento y el mar le obedecen?”.  Así pues, si se fija bien amigo lector o amiga lectora, la finalidad del relato no está únicamente cifrada en contar de manera grandiosa el poder taumaturgo de Jesús, sino el de ayudarnos, a dar un salto que ilumine el misterio de salvación oculto en la figura de Jesús de Nazaret. De aquí, que la mejor sugerencia para asumir plenamente este bello relato del Evangelio de Marcos, es llevarlo a una Lectio Divina, a la “Lectura orante” de la Palabra de Dios. Practique hoy la Lectio Divina, en grupo o de manera personal, y con este texto, pregunte al texto, como nos sugiere el documento post-sinodal Verbum Domini: “¿Qué dicen las lecturas proclamadas? ¿Qué me dicen a mí personalmente? ¿Qué debo decir a la comunidad, teniendo en cuenta su situación concreta?” (No. 59).
            Dejémonos llevar por el rico contenido del Evangelio de este domingo y comencemos desde ahora, no sólo a escuchar la Palabra, sino también a profundizarla a través del ejercicio de la Lectio Divina, el mejor método para hacer que la Palabra como la lluvia, empape la buena tierra que todos deberíamos llegar a ser.

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