Mensaje P. Tony Salinas

miércoles, 18 de marzo de 2015
Al Encuentro de la Palabra…
“Grano de Trigo” (Jn 12,20-22 – V Domingo del Tiempo Ordinario)

            En el itinerario cuaresmal la meta se sitúa junto a la espera de la nueva vida que florecerá de la tumba vacía la mañana de resurrección, y mientras llegamos allá, debemos hacer la experiencia de hacer morir con Cristo todo aquello que en nuestra realidad se opone a la verdadera vida. De hecho, hay que nacer de nuevo al final de este caminar. En nuestro corazón y a nuestro alrededor  hay un cierto olor a podrido.
Nos hemos ingeniado para pintar bien las tumbas y hacerlas pasar por casas habitadas por vivos, olvidando que en efecto, junto a nosotros pasa el que tiene la vida. La va derramando para que nos llegue a todos. Para ello, hoy de nuevo Jesús trata casi en su santa Palabra, de desatar uno de los contrastes más trágicos de la existencia, aquel entre muerte y vida. “El grano de trigo cae en tierra y muere”. La semilla cae en profunda oscuridad de la tierra: los comentadores de los primeros siglos cristianos veían aquí una alusión simbólica a la encarnación del Hijo de Dios en el horizonte tenebroso de la historia. En el terreno parece que la energía de la semilla está condenada a apagarse; en efecto, la semilla se marchita y muere. Sin embargo, he aquí la eterna sorpresa de la naturaleza: cuando a su debido tiempo maduran las mieses, se revela el secreto fecundo de esa muerte. Ciertamente, si la semilla no cae en tierra y muere, queda estéril y solitaria; solamente a través del sufrimiento y de la muerte nace el fruto.
            Así de esta imagen tomada del ciclo natural de la vida agrícola, Jesús que ve ya cercana la hora de su muerte, no la presenta como un monstruo devorador. Reconoce su realidad de tiniebla y laceración de la vida, pero a la vez, su contenido de fuerza secreta como el de un parto, que encierra en sí un misterio de fecundidad y de resurrección.
            Es en esta maravillosa luz que el propio Jesús formula su cruz y la cruz que sus discípulos deberán llevar como Él: “El que ama su vida la pierde y el que odia su vida en este mundo la conservará para la vida eterna”. El que se apega a la propia vida considerándola como una fría piedra preciosa que hay que conservar en el joyero del propio egoísmo, es como una semilla encerrada en sí misma y estéril. Diferente es, en cambio, el destino de quien “odia su vida” – expresión muy fuerte y paradójica del lenguaje semítico para indicar la renuncia a sí mismos: la donación a los demás es creativa, se transforma en fuente de paz, de vida y de felicidad. Es la semilla muerta que germina.
            Llegados ya casi a las puertas de la Semana Santa, la invitación de este domingo manifiesta la necesidad urgente y apremiante de morir para vivir. Siguiéndole a Él también nosotros afrontamos y debemos afrontar su “hora”, la hora de muerte, pero sabiendo que a través de ella Él se asomará a la “vida eterna”, que en el lenguaje de Juan, es sinónimo de plena y perfecta comunión con Dios, su Padre que no lo dejará en el abandono oscuro de la muerte. La hora de angustia que a Jesús le espera, queda superada en la decisión de entregarse a la voluntad del Padre y por esta obediencia amorosa su sacrificio fecundo nos atraerá hacía Él.

            Es por eso apreciado lector, que le deseamos desde ya una maravillosa experiencia de su Semana Santa, convencido como nos lo ha dicho san Pablo en la Carta a los Romanos que: “Si hemos estado completamente unidos a Él con una muerte semejante a la suya, lo seremos también con su resurrección” (6,5).  

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