Mensaje P. Tony Salinas

jueves, 14 de marzo de 2013

Al Encuentro de la Palabra…en el Año de la Fe
“No peques más…” (Jn 8,1-11 – 5º Domingo de Cuaresma)

            Avanzando en el camino hacia la pascua, hoy escuchamos un relato del Evangelio según san Juan, la situación del relato supone la presencia de Jesús en el templo (8,2). Evidentemente ha terminado su sermón y los oyentes se retiran a sus casas. Para la situación dentro de Juan el lector debe pensar en los miembros del consejo supremo, está pensada también, teniendo en cuenta a los habitantes de Jerusalén y tal vez durante el último de Jesús en la capital. Dentro de este contexto, entonces los letrados y fariseos llevan a una mujer a la que acaban de sorprender en adulterio. El texto no dice, si la “mujer” era una muchacha prometida o si se trataba de una mujer casada. Como argumentación de la inculpada era una “novia infiel” se aduce que el castigo solicitado es la lapidación (v.5), establecida por Dt 22,23ss. Pero hay que suponer por igual que la pecadora era una mujer casada. Por otro lado, no se sabe si llevan a la mujer al tribunal o si ya la han condenado y la llevan al lugar de la ejecución. En cualquier caso, la situación de Jesús es delicada: ¿Deberá dejar de lado la misericordia, que tantas veces ha predicado, o habrá de contradecir el claro tenor de ley mosaica?  Pero si la sentencia ya ha sido fallada, su posición es todavía más peligrosa: o tiene que alzarse contra el tribunal judío, o bien –supuesto que los judíos o podían ejecutar sentencias de muerte (cfr. Jn 18,31) – aparecer como un revolucionario en contra de los romanos.
            Los implacables acusadores dan a Jesús el tratamiento de “Maestro” presentándole el caso para que se pronuncie. Aprovechan la ocasión para poner en un aprieto al hombre que el pueblo considera como un rabí. El hecho es claro, ya que la mujer ha sido sorprendida y apresada en flagrante adulterio. Tampoco la prescripción de la Ley admite duda alguna: la pena para tal pecado es la muerte, y desde luego, aunque no se dice explícitamente la lapidación. Jesús parece no tomar en serio la solicitud de ellos, ya que estaba escribiendo en el suelo, pero los escribas y fariseos, seguros de su causa, siguen presionando a Jesús. Él entonces se endereza y les dice: “El que entre vosotros esté sin pecado, sea el primero en tirar una piedra contra ella”. En el fondo Jesús, señala que quien simplemente como pecador está bajo el juicio de Dios, no debe arrogarse el derecho de juzgar a otro pecador. Ya en el sermón del monte dice Jesús: “No juzguéis para que no seáis juzgados” (Mt 7,1). Según Dt 13,10 y 17,17 los testigos deberían ser los primeros en alzar la mano para la lapidación, siguiéndole después todo el pueblo. La palabra de Jesús enlaza con esta vieja prescripción y con la antigua forma de ejecutar a los condenados mediante el lanzamiento de piedras. ¿Quién desea presentarse como testigo contra esta mujer, cuando tiene contra sí el testimonio de Dios mismo? Después de esta su primera palabra, Jesús vuelve a inclinarse y continúa escribiendo. Había dicho lo que tenía que decir para esclarecer su postura.
            Pero la historia pide la conclusión, porque el lector quiere saber cómo se comporta personalmente Jesús con la pecadora. Cuando todos se han ido queda a solas con la mujer, que continúa en el mismo sitio, sigue siendo la pecadora acusada, convicta y desamparada. Ella reconoce de inmediato el perdón incondicional que Dios le ofrece a través de Jesús, sólo debe partir con una meta llena de propósitos: ¡No peques más! El perdón es siempre el inicio de una vida nueva, lo fue para ella y lo sigue siendo para todos nosotros.



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