Mensaje P. Tony Salinas

lunes, 24 de junio de 2013
Al Encuentro de la Palabra…en el Año de la Fe
“Sígueme…” (Lc 9,51-62 – XIII Domingo del Tiempo Ordinario)

            El itinerario que estamos escuchando cada domingo del Evangelio según san Lucas, nos sitúa, cuál es su intención, de ponernos en “camino” con Jesús. Veamos como inicia este texto: “Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo… De camino entraron en una aldea”. Todos escuchando este evangelio, nos vemos dentro del relato en el espacio y en tiempo, como si también nosotros fuéramos del grupo que acompaña a Jesús. Y dentro de este acompañarlo, se suscita la llamada que nace de la fe en Él. La fe aparece como una opción radical. La llamada de la fe se resume en una sola palabra: “Sígueme”. La respuesta debe ser sin condiciones. Ni el enterrar a los muertos, ni el querer a los padres, ni otras ataduras, deben impedir la opción de la fe. En esta opción uno se juega la vida. Pero sepamos apostar bien, porque, en la fe, el que pierde su vida es el que la gana.
            En el centro del relato de hoy, Lucas nos da un dicho de Jesús dirigido a un aspirante discípulo anónimo: “Ninguno que haya puesto mano al arado, y luego se vuelve atrás, es apto para el Reino de Dios”. Comprendamos que el arado, es símbolo del trabajo en esta sociedad agrícola, pre-industrializada del siglo primero. Aquí es símbolo del nuevo trabajo del apóstol, cultivador. Pero el elemento novedoso de este texto, es que llamada para el Reino propuesta por Jesús no hay espacio para la “despedida de los de casa”. Se corta con el pasado netamente, sin dilación, compromiso, prueba, espera. El que entra en el Reino de Dios hace una elección radical y total. Pero si pensábamos que esto era suficiente no es así. También debe existir el desapego de las cosas y de los apoyos materiales. Y finalmente, incluso se debe desapegar de los afectos, incluso de los más legítimos y preciosos. Nada puede servir de obstáculo ante la llamada apremiante del Maestro.
            Pues bien, a simple vista parece todo un relato sencillo de un casual encuentro de Jesús con ese aspirante discípulo, pero no es así. Al inicio hemos escuchado como el Señor se prepara a su partida de este mundo, caminando hacia Jerusalén, donde le espera el dolor y la muerte. Con esta expresión Lucas, inaugura esa larga marcha de Jesús hacia Jerusalén que terminará diez capítulos después (cap. 19), ocupando así el corazón de todo el evangelio lucano. Es un itinerario no sólo geográfico y espacial sino espiritual y teológico hacia el destino último del Mesías. Jesús está, pues, llevando a cabo su vocación y el discípulo está invitado a imitar al maestro.
            En este viaje Cristo tiene una meta-vocación precisa, la de la cruz en Jerusalén. A ella Él se dirige “decididamente”, con esa totalidad del ser que exige también a su discípulo. Pero su peregrinación no tiene como arribo definitivo la colina del Gólgota. Lucas nos recuerda que la última meta de ese itinerario es el monte de los Olivos, el lugar de la ascensión, es decir, de la gloria. Nuestra vocación no es tanto un dejar para perder, sino un perder para encontrar; no es una fanática consagración a un destino, sino una elección de camino hacia la esperanza y al interior de un designio trazado por Dios.
            Ciertamente a todos nos ha resonado hoy la frase: “poner al arado y no volverse atrás”, sin duda, nos advierte una vez más, que Jesús quiere que al campo del Reino de Dios, se entre de manera decidida, sin dudas, sin nostalgias. Debemos decidirnos de una manera radical por esta causa, que como bien señaló el Beato, Juan Pablo II: “Nos ofrecerá grandes alegrías y no pocos sacrificios”.




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