Mensaje P. Tony Salinas

miércoles, 8 de octubre de 2014
Al Encuentro de la Palabra…
“La boda está preparada…” (Mt 22,1-14 – XXVIII del Tiempo Ordinario)

            Dios se revela des-velando, arrancando el velo que cubre a los hombres y les impide la visión y aceptación de Él. Así nos lo anuncia Isaías hoy en la primera lectura 25,6-10, que corre el telón para que entremos a la escena de su misterio. Escuchar la parábola de este domingo, nos sitúa dentro del mensaje de Jesús en continuidad con las dos primeras parábolas, llamando la atención sobre la actitud de los sumos sacerdotes y fariseos ante su mensaje. Dios como rey aparecido ya en 6,10; 18,23; la figura del hijo del rey se asocia inmediatamente a Jesús. El reinado de Dios se presenta, por tanto, bajo la figura de un banquete de bodas, Jesús mismo se ha presentado como “el Esposo” y “el hijo” tal como ha aparecido en las parábolas de los domingos anteriores.
            Llama la atención de este domingo la invitación del rey rechazada conscientemente (“no quisieron acudir”). La insistencia del rey enviando a otros criados muestra el amor de Dios a Israel, el pueblo que él ha elegido. El banquete está a punto, con magnificencia real.
Pero aparece de nuevo un rechazo pero esta vez definitivo a la invitación por parte de Dios. Unos reaccionan con total indiferencia, otros con hostilidad, y llegan al asesinato. La situación es semejante a la de la parábola de la viña y los labradores asesinos.
            Ahora bien, el tema se centra en un “banquete”, experiencia que para todos se nos hace familiar. No es gratuito que la Biblia nos ofrezca una vasta gama de momentos fundamentales de la vida, exaltados y valorizados por una cena: la circuncisión, le destete del niño, los aniversarios, las alianzas familiares, las fiestas estacionales, el noviazgo, las bodas y hasta los funerales iban acompañados de un banquete con connotaciones rituales. Y precisamente, sobre esta universal y constante praxis social Jesús construye la parábola de los invitados al banquete nupcial que leemos hoy. Y es que para el lector atento de la Biblia, en las palabras de Jesús está el cumplimiento de lo ya señalado por Isaías: “Preparará el Señor de los ejércitos para todos los pueblos, en el monte Sión, un banquete de carnes gordas, un banquete de vinos excelentes, de alimentos suculentos, de vinos exquisitos” (25,6).
            El banquete, pues, se convierte en el símbolo de los dones de generosos de Dios, de su salvación ampliamente ofrecida a todos. Dos nos abre su casa, nos prepara los alimentos más exquisitos, quiere que seamos sus comensales.   
            En la parábola aparece un segundo símbolo, clásico en la Biblia y de mucha importancia, el del vestido. Ahora bien, el vestido es signo evidente de una personalidad, como también en nuestros días nos enseñan, bien o mal, revelan la clase social, la moda, etc. Antes que cubrirnos, el vestido indica nuestra mentalidad, expresa nuestra identidad y nuestro gusto bueno o malo. Ahora bien, Jesús quiere señalar entonces, que sin cambio de hábito, es decir, sin conversión del corazón de las costumbres pasadas, sin una nueva personalidad no se puede participar en el banquete de la comunión con Dios. El evangelio no es un retazo nuevo para coserlo en un vestido viejo, sino una novedad absoluta de “hábito” y de vida.






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