Mensaje P. Tony Salinas
lunes, 10 de noviembre de 2014
“Dar culto verdadero…” (Jn 4,19-24 – Dedicación de la Iglesia de san Juan de Letrán)
Publicado por
Wilson Velásquez
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Al Encuentro de la Palabra… “Dar culto verdadero…” (Jn 4,19-24 – Dedicación de la Iglesia de san Juan de Letrán)
Hoy toda la Iglesia universal hace memoria de la dedicación en la fecha del evento;toda catedral, como sede del obispo, tiene su fecha de consagración conmemorativa; toda la Iglesia universal recuerda hoy la dedicación de la iglesia del obispo de Roma y pastor de toda la comunidad de Cristo, es decir, la Basílica de San Juan de Letrán. Las lecturas de este día, tienen sustancialmente la finalidad de recordarnos que no es el templo arquitectónico, en su grandeza artística como es el caso de san Juan de Letrán o en su pobreza material como es el caso de muchos edificios sagrados dispersos por el mundo, es sobre todo un SIGNO.Todo templo acoge la presencia del Señor. Dios podemos decir “se adapta” al templo, pues como sabemos Él es infinito, inabarcable, y lo hace para encontrar al pueblo que lo invoca. Él como nos señalan las lecturas de hoy, hace habitar en el templo “su Nombre”, es decir su presencia eficaz para poder “escuchar, perdonar y atender las necesidades de su pueblo”. De allí que todo templo es sagrado en la medida en que Dios y los hombres se encuentran allí. El templo como “signo” y no como fin es proclamado con fuerza por Jesús en el diálogo con la samaritana: “Ni en este monte, ni en Jerusalén adorarán al Padre”. El Garizim, era la sede del culto de los samaritanos, mientras que el monte Sión, era la sede del culto hebreo. Jesús afirma que ninguno de los dos puede contener y absorber la plena presencia del Dios vivo y la perfecta forma para adorarle, ya que “Dios es Espíritu y los que lo adoran deben adorarlo en Espíritu y en verdad”. El Espíritu es principio de un nuevo nacimiento y la verdad es la revelación que Cristo mismo nos ha traído. Ya san Juan en su prólogo nos había dicho: “El Verbo se hizo carne y puso su tienda en medio de nosotros”(1,14), con evidente alusión al templo de Jerusalén. El auténtico Templo es el propio y mismo Hijo de Dios. Así lo entendió Jesús mismo cuando con ocasión de la expulsión delos mercaderes del Templo dijo: “Destruyan este templo y en tres días lo reedificaré…Él hablaba del templo de su cuerpo” (Jn 2,19.21). Todos, pues, deseamos entrar al templo para encontrar la presencia divina del Señor que sana, perdona y atiende nuestras súplicas. Pero la invitación de hoy, siguiendo el texto de la samaritana, es entrar para “adorar” a Dios en su santuario. Diez veces resuena el verbo griego proskunein “adorar”. Dos sentidos tiene su uso hoy. El primero que se refiere a nuestro culto ritual preocupado por la rubricas y los detalles, que tiene su valor sin lugar a duda y el de “adorar en Espíritu y Verdad”, es decir, ese culto que implica profundamente la adhesión de la fe, un dejarnos invadir por ese Espíritu que viene en “ayuda de nuestra debilidad” (Rm 8,26). Sólo si existe esta liturgia personal y espiritual, tiene sentido la primera señalada anteriormente. Los verdaderos adoradores, en el lenguaje de san Juan,adoran en Espíritu y en Verdad. La verdad es el Evangelio, es Cristo mismo, el Espíritu es el alma de la Iglesia y de sus sacramentos de salvación. Entrando con Cristo y con su Palabra, nosotros nos acercamos al infinito y al eterno, comenzando ya ahora y aquí la gran liturgia celestial. Sin esta experiencia en “Espíritu y Verdad” nuestras celebraciones rituales dentro de los templos los desacralizan y los convierten en puros lugares de reunión.
Hoy toda la Iglesia universal hace memoria de la dedicación en la fecha del evento;toda catedral, como sede del obispo, tiene su fecha de consagración conmemorativa; toda la Iglesia universal recuerda hoy la dedicación de la iglesia del obispo de Roma y pastor de toda la comunidad de Cristo, es decir, la Basílica de San Juan de Letrán. Las lecturas de este día, tienen sustancialmente la finalidad de recordarnos que no es el templo arquitectónico, en su grandeza artística como es el caso de san Juan de Letrán o en su pobreza material como es el caso de muchos edificios sagrados dispersos por el mundo, es sobre todo un SIGNO.Todo templo acoge la presencia del Señor. Dios podemos decir “se adapta” al templo, pues como sabemos Él es infinito, inabarcable, y lo hace para encontrar al pueblo que lo invoca. Él como nos señalan las lecturas de hoy, hace habitar en el templo “su Nombre”, es decir su presencia eficaz para poder “escuchar, perdonar y atender las necesidades de su pueblo”. De allí que todo templo es sagrado en la medida en que Dios y los hombres se encuentran allí. El templo como “signo” y no como fin es proclamado con fuerza por Jesús en el diálogo con la samaritana: “Ni en este monte, ni en Jerusalén adorarán al Padre”. El Garizim, era la sede del culto de los samaritanos, mientras que el monte Sión, era la sede del culto hebreo. Jesús afirma que ninguno de los dos puede contener y absorber la plena presencia del Dios vivo y la perfecta forma para adorarle, ya que “Dios es Espíritu y los que lo adoran deben adorarlo en Espíritu y en verdad”. El Espíritu es principio de un nuevo nacimiento y la verdad es la revelación que Cristo mismo nos ha traído. Ya san Juan en su prólogo nos había dicho: “El Verbo se hizo carne y puso su tienda en medio de nosotros”(1,14), con evidente alusión al templo de Jerusalén. El auténtico Templo es el propio y mismo Hijo de Dios. Así lo entendió Jesús mismo cuando con ocasión de la expulsión delos mercaderes del Templo dijo: “Destruyan este templo y en tres días lo reedificaré…Él hablaba del templo de su cuerpo” (Jn 2,19.21). Todos, pues, deseamos entrar al templo para encontrar la presencia divina del Señor que sana, perdona y atiende nuestras súplicas. Pero la invitación de hoy, siguiendo el texto de la samaritana, es entrar para “adorar” a Dios en su santuario. Diez veces resuena el verbo griego proskunein “adorar”. Dos sentidos tiene su uso hoy. El primero que se refiere a nuestro culto ritual preocupado por la rubricas y los detalles, que tiene su valor sin lugar a duda y el de “adorar en Espíritu y Verdad”, es decir, ese culto que implica profundamente la adhesión de la fe, un dejarnos invadir por ese Espíritu que viene en “ayuda de nuestra debilidad” (Rm 8,26). Sólo si existe esta liturgia personal y espiritual, tiene sentido la primera señalada anteriormente. Los verdaderos adoradores, en el lenguaje de san Juan,adoran en Espíritu y en Verdad. La verdad es el Evangelio, es Cristo mismo, el Espíritu es el alma de la Iglesia y de sus sacramentos de salvación. Entrando con Cristo y con su Palabra, nosotros nos acercamos al infinito y al eterno, comenzando ya ahora y aquí la gran liturgia celestial. Sin esta experiencia en “Espíritu y Verdad” nuestras celebraciones rituales dentro de los templos los desacralizan y los convierten en puros lugares de reunión.
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