Mensaje P. Tony Salinas

martes, 11 de noviembre de 2014
Al Encuentro de la Palabra…
Su Señor le dijo…”  (Mt 25,14-30 -  XXXIII Domingo de Tiempo Ordinario)

            La hermosa imagen de este hombre rico, entendido en la parábola como “el patrón”, de cara a la solemnidad del domingo próximo, nos orienta a la imagen que Mateo revela y gusta en este capítulo 25, a saber, la de Cristo, Rey, Señor y Dueño de cuanto existe. Mateo nos ha presentado a través de Jesús el “Reino de Dios” y al mismo tiempo al “Dios que quiere reinar”. Por lo que este Rey en su Reino, en esta conocida parábola, deja a sus siervos amplios márgenes de autonomía y de acción. En esa sociedad pre-industrializada del siglo I, todos pudieron entender esta parábola, entrelazada en esas relaciones de patrones y siervos, a quienes se les pide, desde su propio estilo y capacidad, hacer producir el capital recibido. La ausencia del patrón que se fue es prolongada pero no definitiva, cosa que nadie debería olvidar, mucho menos, sus siervos, porque de pronto la puerta se abre y aparece ante ellos su señor.
            Y del simbolismo pasamos al realismo de la escena, cuando el “Señor de la historia” y dueño del universo, haga pasar delante de sí, a esa humanidad operante que con sus talentos, ha hecho crecer el Reino, pero a su vez, esa humanidad inerte, indiferente, egoístamente preocupada sólo de su hoy, cuyas manos conservan el talento recibido, sin haberlo hecho fructificar (ambos grupos representados en los siervos). El “Dios del Reino” anunciado por Jesús, espera que todos asumamos el sentido de la responsabilidad: los dones que cada uno ha recibido no pueden estar ociosos, hay que hacerlos fructificar lo máximo. Y este Dios, da el principio generador de toda buena cosecha, sus dones, nadie puede alegar no haber recibido nada.
            Como todas las monedas, el talento fue una unidad de cambio de pesos, destinada a determinar la entidad de las mercancías dentro del sistema económico del cambio (trueque). Usado sobre todo para los metales preciosos. En Babilonia equivalía casi a 49 kilogramos, en otras partes llegaba hasta 60 kilos: ¡nos podemos imaginar cuan precioso era un talento de oro! Después, y a nivel helenístico su valor bajó a unos 35 kilos y luego a 26; en el ámbito monetario, el talento equivalía entonces a 6000 dracmas o denarios. Si se piensa que el salario diario de un obrero era más o menos de un denario, se puede comprender la importancia del encargo confiado por el señor de la parábola a sus siervos.

            Hermanos agradeciéndoles a todos su atenta y continua fidelidad a este espacio de nuestro Semanario Fides “Al Encuentro de la Palabra”, deseo de corazón que al terminar este año litúrgico donde juntos hemos querido escuchar al Señor, esté talento no sea una perla preciosa para guardarla celosamente en un cofre, sino que sea la moneda por excelencia, que da principio a una vida que crece y fructifica para que llegue el Reino de Dios. Y cómo me gustan las evaluaciones y comentarios para mejorar, si es tan amable escríbame a mi correo: asalinasavery@gmail.com Le estaré profundamente agradecido para seguirle acompañando en el Nuevo Año Litúrgico. Gracias y bendiciones.

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