Mensaje P. Tony Salinas

miércoles, 16 de mayo de 2012




            Nuestra reflexión cuaresmal de hoy se detiene en este pasaje del Evangelio de san Juan, centrado en el diálogo nocturno de Jesús con Nicodemo, emblema del judaísmo oficial oxtodoxo y del hombre en búsqueda de la verdad. Antes de ver el contenido en parte de este diálogo, veamos como a san Juan le gusta describir el misterio de la pascua de Cristo bajo la imagen simbólica de tipo “vertical”, la de la elevación, de la exaltación: la cruz de Cristo levantada sobre el Gólgota se hunde en la tierra pero tiene su vértice en los cielos. Es lo que se afirma explícitamente también de la serpiente de bronce levantada por Moisés en el desierto que, como narra el libro de los Números (21,4-9), sanaba a quien la contemplaba convirtiéndose así en el “símbolo de la salvación” (Sb 16,5-6). Esa serpiente es para Juan el signo veterotestamentario de la cruz de Cristo “levantada” en medio de la humanidad. En el cuarto evangelio la cruz levantada es casi el polo de atracción de la fe del creyente y es la fuente de la salvación: “Cuando sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacía mí” (12,32).
            Pues, bien dicho lo anterior entremos de lleno en este bello relato. Podemos hacerlo a través de la comprensión de siete palabras que el pasaje de Juan nos ofrece hoy en su trama teológica. La primera es el verbo “creer”, que aparece cinco veces. Éste creer no expresa sólo la aceptación de una verdad, sino la adhesión a una persona, Cristo. En la Biblia no se cree en algo, sino en alguien. Pudiéndonos acercar a esta persona a través de la acción del “amar”, que el evangelista aplica aquí al Padre: es la única vez que en Juan el amor es señalado en su extensión universal a todo el mundo. Pero a este amor responde a veces el “odiar”, el tercer verbo que sacamos del pasaje: “El que hace el mal, odia la luz”. Es el drama del rechazo del “nombre del unigénito Hijo de Dios”, es decir, de la persona y de la Palabra de Cristo.
            Dios realiza, entonces, una doble acción respecto del hombre. Por una parte, “condena” (cuarto verbo) a la humanidad pecadora. Cristo sabe que debe cumplir con esta obra de justicia contra todo el mal que se ha cometido a lo largo de la historia: “Yo he venido al mundo para el juicio… El Padre ha confiado todo juicio al Hijo” (Jn 9,39; 5,22). Y a la par de esta acción aparece su antítesis, el quinto verbo “salvar”, finalidad amorosa y plena del Padre y del Hijo: “Yo no he venido para condenar al mundo sino para salvar al mundo” ha dicho el Señor (12,47). Y para ser acogidos en esta obra salvífica es necesario “venir a la luz” (sexta expresión). Luz que en todo el evangelio tiene también un nombre y está en una persona: Jesús. Y esto es fundamental, porque la luz revela la verdadera naturaleza de las cosas y de las personas, impide que se oculten las miserias y las vergüenzas humanas. Llegamos así a la séptima y última expresión: “obrar la verdad”. Tal expresión tiene el sentido de orientar toda la vida hacia la verdad, vivirse en verdad, convivir con ella siempre.
            Con el evangelio de hoy nos acercamos a la victoria de Jesús, sobre el pecado y la muerte, a través de la fuerza indestructible del amor, fruto de un creer que cómo hemos dicho anteriormente, se trata de una adhesión plena a su persona, por el cual habrá en estos días que escuchar, como “Hijo” amado del Padre; a quien hay que pedir agua, como la samaritana, a quien hay que oír, sobre todo, su llamado a la vida, en esta pascua, como lo hizo con Lázaro. Estos textos evangélicos, son en verdad luz y vida, para quienes queriendo vivir una auténtica cuaresma los acogemos, como lo que son en verdad: Palabra de Dios.

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