Mensaje P. Tony Salinas

miércoles, 16 de mayo de 2012



            Siguiendo la rica liturgia de la palabra que el tiempo de la Pascua nos ofrece, llegamos hoy a gustar los textos que san Juan ofrece en su evangelio, conocidos como “Los discursos de despedida de Jesús” (Jn 13-17). Estos textos están llenos de los mismos sentimientos de Jesús, que a horas de padecer, los abre y los comunica a los suyos de manera dramática y profunda. Ellos aparecen como un testamento espiritual que Jesús deja a los suyos. Hoy tenemos un trozo del capítulo 15, poniendo a nuestra comprensión en estos días de la victoria de nuestro Dios, el tema del amor, desarrollado en cada una de sus expresiones: “Si observáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor… Este es mi mandamiento, que os améis unos a otros…”. Claramente Jesús afirma que amor y obediencia son recíprocamente dependientes porque el amor sugerido, más aún, “mandado” por Jesús no es genérico sentimiento o espontaneidad inmediata sino empeño sólido y radical. Jesús quiere superar el contraste clásico entre ley y amor, porque la ley que
Él propone no es una fría norma por observar bajo la amenaza de la sanción, sino que es la propuesta de un empeño total de la vida. En realidad una religión que se rige sobre la pura ley es, en conclusión, menos exigente de la que apela al amor como su única ley. En efecto, y a manera de broma, podemos decir que el amor es totalitario, “todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta y no termina nunca” (1Cor 13,7-8).
            En la primera epístola de san Juan, se afirma que “Dios es amor” (4,8), pues bien, en el relato evangélico Jesús afirma: “Como el Padre me ha amado así yo os he amado”. El punto de partida absoluto es el de Dios que “ama primero”; “No fuimos nosotros los que amamos a Dios, sino que Él nos amó a nosotros y envío a su Hijo como víctima de expiación por nuestros pecados” (1Jn 4,10). De ese amor apasionado de Dios, parte el amor por los hermanos. Sólo desde Dios se puede cumplir con el mandamiento. En otras palabras, no se puede amar de verdad al prójimo si no hemos sido amados por Él, si no nos hemos dejado arrebatar por su amor. Porque se debe amar al hermano, a la medida de Cristo: “Como yo os he amado”; esto quiere decir que se da un amor por los otros de términos de calidad, se le ama de manera infinita, perfecta, suprema, como el del mismo Jesús.
            Entonces el amor que Jesús nos pide, es un amor tal que como realidad no puede ni debe quedarse en el cofre del corazón, como decía una cierta literatura espiritual. Es en cambio, una levadura para poner en la masa de la historia y de la humanidad. El amor hace salir de la cáscara del egoísmo para entrar en el mundo, para escuchar el lamento del pobre de la noche, para extender la mano al marginado, para ser luz del ciego, etc. Por eso el amor se vuelve caridad operosa y activa, se vuelve en estos días pascuales, anuncio sin palabras de la Buena Nueva que el Resucitado nos ha invitado a anunciar.
            Jesús, al final de su itinerario terreno, nos deja este testamento esencial y decisivo. Aunque las palabras se amplían, Él repite un único término: “¡Amad!”. Sobre este verbo se mide nuestro ser cristianos. El Periodista y escritor francés André Fossard ha afirmado: “De todas las cosas humanas, el amor es lo único que no necesita explicaciones. Los amantes que “se explican” son los que están a punto de separarse”. Con la pascua, todos estamos invitados a renovar la fuerza indestructible que tiene el amor en nuestros corazones. Tal vez nuestro amor está marchito o descolorido, pero basta confrontarlo con el amor de Dios y brilla de nuevo con toda su fuerza, recordándonos además que sólo el amor resucita!!!


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