Mensaje P. Tony Salinas

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Al Encuentro de la Palabra…en el Año de la Fe.
A las puertas…” (Mc 13,24-32 – Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario)

            Aunque las lecturas de este domingo puedan causar desconcierto, les propongo la lectura esperanzadora que la literatura apocalíptica ha tenido desde su origen. El centro de la narración no es la catástrofe cósmica, ni en el fin del mundo, sino más bien la “venida del Hijo del hombre” que es la finalidad el mundo, es decir, la meta hacia la cual se dirige la historia para llegar a su plenitud. Su “venida” está “a las puertas”. Los fenómenos naturales que le acompañan, hay que verlos como una conmoción del mundo presente que se agita ante la llegada de los cielos nuevos y la tierra nueva. Su venida en medio de “nubes” será en poder y majestad, es decir, con la intención de llevar a plenitud el Reino que ya vino a iniciar en el mundo (Mc 1,14). El sol que hace tinieblas, la luna sin brillo, estrellas que caen del cielo, ejércitos –constelaciones sin duda- que tiemblan, etc. No son la predicción de hechos extraños sino que la indicación de que la “venida de Cristo” es importante y afectará  toda la creación, renovándola, llevándola a su plenitud total. Cristo ya vino al mundo para imprimir al acontecimiento humano un vuelco radical. Su llegada ha sido la inauguración del reino de Dios, pero cuya realización es lenta, un crecimiento progresivo y cuando se haya llegado a la plenitud, entonces el mismo Cristo “entregará el reino a Dios Padre para que Dios sea todo en todos” (1Co 15,24-28).
            El Maestro asegura lo irreversible de la llegada de aquel momento, pero sus palabras no son una “amenaza” que impulse a “buscar significados o fechas extrañas”. Cuando dice: “esta generación no pasará”…se refiere a que cada generación está colocada ante la necesidad de dar una respuesta adecuada a la venida del Señor, a su constante venida en los acontecimientos que demandan de los cristianos una respuesta a la altura de la fe, es decir, vigilantes, atentos y activos. Esta actitud la describe Jesús a través de la mini-parábola de la higuera, una imagen popular para indicar los cambios de las estaciones: al contrario de la casi totalidad de los otros árboles de Palestina, la higuera pierde en invierno las hojas, en primavera echa sus brotes que, creciendo, señalan la inminencia del verano y de los frutos. El cristiano debe vivir con los ojos abiertos, no sumergidos en las distracciones y en el placer ciego, ni sentado a las orillas del río de la vida, sino como un centinela vigilante que espía los signos del acercamiento de Dios, de su venida hasta “a las puertas” de nuestras ciudades y de nuestras casas.
            Bellas lecturas pues, la de este domingo 33º del tiempo ordinario que nos preparan al 34º domingo, solemnidad del Cristo Rey del Universo, que celebraremos el domingo próximo. Todos estamos invitados por esta Palabra de vida, a no esperar el fin del mundo sino la venida del Señor; a no esperar una catástrofe cósmica sino una recreación de todo el ser en una suprema armonía, a no temer el abismo de la nada sino al florecer de la plenitud y de la eternidad. Todos debemos anhelar el día ese, sin ocaso, en que el sol que nace de lo alto, no conocerá el tramonto, ese sol verdadero que es Cristo Jesús, a quien en las celebraciones de la Pascua, le hemos llamado: “Tú Hijo amado, resucitado de entre los muertos”. Atentos a los signos de los tiempos, el vivamos con intensidad y serenidad nuestro presente, guiados por la Palabra de Cristo que no pasa, en espera de esa palabra decisiva y definitiva que será pronunciada por Dios en el momento oportuno y conocido sólo por Él.


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