Mensaje P. Tony Salinas
martes, 22 de enero de 2013
“Excelentísimo Teófilo…” (Lc 1,1-4; 4,14-21 – 3º Domingo del Tiempo Ordinario)
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Al Encuentro de la Palabra…en el Año de la Fe.
“Excelentísimo Teófilo…” (Lc 1,1-4; 4,14-21 – 3º Domingo del Tiempo
Ordinario)
Con mucho entusiasmo
entramos poco a poco en el Evangelio según san Lucas, y hoy lo hacemos
reconociendo que es el único entre los evangelios canónicos que empieza con un
prólogo de carácter decididamente literario, es muy formal en su inicio. Muchos
comentaristas se han dedicado a comparar el prólogo de Lucas con otros prólogos
de diversos autores griegos, tanto historiadores, como Heródoto, Tucídides y
Polibio, como tratadistas de diferentes materiales, como Hipócrates, Aristea y
Flavio Josefo.
A partir del s.III a.C.,
el nombre de Teófilo es relativamente frecuente en la onomástica, según el
testimonio de los papiros procedentes de Egipto y de numerosas inscripciones
griegas. El personaje mencionado en el prólogo vuelve a aparecer en la
introducción de los Hechos (Hch 1,1), pero se esfuma totalmente en los demás
escritos del Nuevo Testamento. No hay ninguna razón para poner en duda la
existencia histórica de ese personaje, al que Lucas ha dedicado los dos
volúmenes de su obra. Pero a la distancias de más de 20 siglos, en el
Excelentísimo Teófilo, nos encontramos todos nosotros. Somos los nuevos
destinatarios de su obra.
En Jesús de Nazaret se
hace presente el Reino de Dios: ese designio de salvar al mundo, anunciando el
Evangelio a los pobres. Para eso Él ha
venido, Él es el esperado desde siempre y al fin está aquí. Lucas quiere
introducirlo a su misión de esta manera tan solemne, meritoria para quien es la
salvación definitiva. Veamos este ingreso de cerca: “Con la fuerza del Espíritu…” Siendo este Evangelio netamente lleno
de la mención del Espíritu, aquí hay una referencia clara al bautismo (3,22),
cuya plenitud experimenta a lo largo de toda su actividad (4,1). Esa fuerza le
guía ahora a su propia región de origen. En la visión teológica de Lucas la dynamis (la fuerza), no sólo se
manifiesta en su “poder” para realizar curaciones o expulsar demonios – como en
la narración de Marcos-, sino que está íntimamente asociada con el Espíritu,
que guía a Jesús en su actividad de enseñanza y de interpretación de la
Escritura. “Entró en la sinagoga”:
Lucas añade ese detalle de la enseñanza de Jesús, porque ese va a ser el sitio
por excelencia en el que Israel va a escuchar el mensaje de la nueva época que
se abre en la historia de la salvación. La palabra de Dios se ha de proclamar
primero a los judíos y luego a los paganos. “Predicar la buena noticia”: de esta manera queda presentada la función
profética de la misión de Jesús en términos del tercer Isaías. El verbo euangelizesthai, hay que interpretarlo,
sin más que “predicar o proclamar el evangelio”. Ahora bien, lo que quiere
poner de relieve es que lo que anunció Isaías es lo que ahora realiza Jesús. Viene
a traer la salvación a los pobres, a los cautivos, a los ciegos, a los
oprimidos. En la Biblia “salvar-salvación” no sólo es librar de tragedias y
peligros o de un mal en el que se vive y que amenaza la existencia, sino
también otorgar el bien contrario al mal que se sufre y mantenerse en dicho
bien con la alegría y la seguridad que deriva de ello. En el AT casi siempre se
trata de la liberación de opresiones materiales y a medida que la revelación
avanza hacia Cristo, adquiere un carácter más espiritual y trascendente. En el
NT, la salvación es la liberación de todo el hombre y de la raíz de todas sus
opresiones, el pecado, que aleja al hombre de Dios y lo separa de la comunidad.
La fuerza del salvadora del Señor es la que libera de toda esclavitud. En la
obra de Lucas (Evangelio y Hechos), la salvación cubre las dos dimensiones
señaladas: es liberación del mal y participación de los bienes divinos.
Finalmente, Lucas nos invita a entrar en esta dinámica salvadora, como
auténticos discípulos del Maestro.
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