Mensaje P. Tony Salinas

miércoles, 11 de septiembre de 2013
Al Encuentro de la Palabra…en el Año de la Fe
“Alegría en el cielo” (Lc 15,1-32 – XXIV Domingo del Tiempo Ordinario)

            En el texto que estamos escuchando este domingo, hay que ubicarlo en toda la obra de Lucas, que trata de hacernos entrar en la gran misericordia del Padre de Jesús, a quién Él mismo nos llama a acoger con infinita confianza. Este relato del capítulo 15, bien se le puede llamar el “evangelio de la misericordia y de la alegría del perdón”. En este relato, no hay tanto que ver la crisis por la partida del hijo, en esta parábola llamada comúnmente el “Hijo pródigo”, sino la alegría del regreso, de aquí que se pueda llamar: “el regreso del hijo prodigo”. En efecto, la llamada de los relatos de hoy, es al “retorno”, que en griego es el verbo “metanoia”, que traduce a su vez, el verbo hebreo “shub”, que literalmente es “retornar”. Indica un cambio de ruta después de un error de camino emprendido. Regresar es volver al hogar después de haberlo abandonado, un volver después de haberse ido. El momento crucial o centro del relato es la decisión inteligente de éste hijo que se había ido: “Me levantaré e iré a mi padre”. Esta decisión se materializa en el mismo momento que él llega a los brazos de su padre. El padre que da la bienvenida al hijo está muy contento porque éste, “estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado” (15,32). La inmensa alegría al volver el hijo perdido esconde la inmensa tristeza de su partida. El encuentro deja detrás la separación; la vuelta a casa esconde bajo su manto el momento de la partida. Este énfasis en el regreso, esta puesto, para entender que solo cuando se tiene el coraje de profundizar en lo que significa dejar el hogar, se podrá entender de verdad lo que es volver a él. Lucas, nos hace comprender de manera escueta que, el hijo que pidió la herencia para marcharse, revela un hecho inaudito: hiriente, ofensivo, y en total contradicción con la venerable tradición de la época. A la larga la petición del hijo, era ya desear la muerte del padre y vivir con esa realidad.
            La conversión, “el volver”, es no hacer caso sordo a la voz del amor, porque irse de la casa del padre, representa para Lucas, la negación de la realidad espiritual de que pertenezco a Dios con todo mi ser, de que Dios me tiene salvo en un abrazo eterno, de que estoy grabado en las palmas de las manos de Dios y de que estoy escondido en sus sombras. Dejar el hogar significa ignorar la verdad de que Dios me ha moldeado en secreto, me ha formado en las profundidades de la tierra y me ha tejido en el seno de mi madre (Sal 139,13-15). Dejar el hogar significa vivir como si no tuviera casa y tuviera que ir de un lado a toro tratando de encontrar una. El hogar es el centro de mi ser, allí donde puedo oír la voz que dice: “Tú eres mi hijo amado, en quien me complazco” – la misma voz que dio vida al primer Adán y habló a Jesús, el segundo Adán; la misma voz que habla a todos los hijos de Dios y los libera de tener que vivir en un mundo oscuro, haciendo que permanezcan en la luz. Así, pues este relato es la historia de un amor invencible y pródigo de misericordia.

            La parábola del hijo pródigo es, pues, un canto maravilloso en el que se entrelazan algunos temas fundamentales del Evangelio: el amor divino, la alegría, la conversión, el perdón, la esperanza, la lucha entre el orgullo y la humildad. Sin olvidar que el sentido del pecado es ciertamente un dato importante que está a la base del por qué un hijo de Dios, le abandona. Pero, para la Buena Noticia que anuncia Jesús, el pecado no es la última palabra o decisiva realidad del hombre. Lo principal es el amor del Padre, que siempre espera y abraza, que borra el pasado y reengendra a la vida verdadera y definitiva. Deberán ciertamente todos “Felicitarnos” porque hemos encontrado en el amor del Padre, el amor que jamás deberíamos perder.

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