Mensaje P. Tony Salinas

lunes, 28 de enero de 2013

Al Encuentro de la Palabra…en el Año de la Fe
“Jesús” (Lc 4,21-30 – IV Domingo del Tiempo Ordinario)

            Con el inicio del Evangelio de Lucas, nos colocamos como bien lo señaló el Evangelio del domingo pasado, ante un Jesús, en quien también nuestros “ojos están fijos en Él”. Queremos a través de estas lecturas dominicales, estar atentos a toda Palabra que salga de su boca. Y este domingo, se nos presentará bajo el perfil precedente del profeta Jeremías. ¿Por qué a través de él? Jeremías tuvo que soportar, en anticipación y anuncio hechos de vida, lo mismo que Jesús padecerá después: la incomprensión y oposición de cuántos le rodeaban, empezando por sus paisanos. La fortaleza y aguante que ambos demostraron en su vida, junto con la esperanza en medio del abandono, son fruto de su amor a aquellos mismos hombres. Jesús, es la Palabra última del Padre, y eso sin lugar a duda no fue fácil para que la aceptaran y comprendieran. Ya no es una Palabra en el libro escrito, es una Palabra que tiene carne y se ha hecho presente. Por eso señalaron muy bien los Padres sinodales, en la constitución Dei Verbum nº. 7: “El cristianismo es la religión de la Palabra de Dios, no de una palabra escrita y muda, sino del Verbo encarnado y vivo”. De aquí que “todos lo reconocieron” (v.22), literalmente: “Todos daban testimonio de ello (de él)”. “Quedaron sorprendidos”, la idea de “sorpresa” que contiene el verbo tahumazein (en griego), puede tener el matiz de desconcierto, si va asociada a nociones como crítica, duda e incluso oposición; pero también es posible un significado de “admiración”, generalmente en contextos de aprobación positiva, de beneplácito.
            En Jesús, se cumple lo que bien dice nuestro refrán popular: “De lo que abunda en el corazón, habla la boca”. Lucas, dice: “las palabras de gracias que salían de sus labios”. Y no era menos, Él es la legítima Palabra del Padre. Esa gracia se refiere, posiblemente, al encanto y tractivo de la elocuencia de Jesús, o también, si uno se centra en el contenido de sus palabras, el mensaje de “gracia”, de “favor de Dios”. Ante toda esta manera de presentarlo, nos vamos a la interrogante: ¿Quién eres en verdad JESÚS? Sus paisanos, de inmediato lo descalifican: “¿No es éste el hijo de José?” y más tarde “Todos se llenaron de ira” y “Le echaron fuera de la ciudad, hasta el borde del precipicio sobre el que estaba construida la ciudad”.
            Pero Él “siguió su camino”. Por primera vez aparece, en el evangelio propiamente dicho, un verbo tan relevante como poreuesthai. Ya había aparecido en las narraciones de la infancia (Lc 1,6.39; 2,3.41), pero en su sentido mucho más genérico. De aquí en adelante, el matiz fundamental del verbo es presentar a Jesús “caminando”, “siguiendo su camino”, que terminará por llevarle hasta Jerusalén, donde se consumará su ministerio. Y es que para Jesús, sus palabras, son la abundancia de un amor divino que inunda todo su corazón. “El amor espera sin límites, aguante sin límites”. Pablo en la segunda lectura de este domingo enumera, sin embargo, otra cualidad suprema del amor que sólo se dio en Cristo: “el amor no lleva cuentas del mal”. Sino reflexionemos en sus palabras en la cruz: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.
            Jesús, es el nombre del Verbo encarnado, al que debemos acoger como persona real, contenida en la palabra escrita de la Biblia. Hoy es un buen día para decidirse acoger a Jesús, a través de la Lectio Divina, es un buen día para tener la Biblia, más que en el estante, en las propias manos, es decir, en la mente y en el corazón.



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