Mensaje P. Tony Salinas

jueves, 14 de marzo de 2013

Al Encuentro de la Palabra…en el Año de la Fe
“Los dos corrían juntos…” (Jn 20,1-9 – Domingo de Resurrección)

            ¡Felices Pascuas de Resurrección! La salvación aceptada por la fe es una de las causas más profundas de las alegrías del ser humano. La Pascua por lo tanto inaugura por lo tanto un tiempo de gozo, que no se puede acabar. Jesucristo ha resucitado como primicia de la vida que nos espera a todos. Tenemos el futuro garantizado por Dios, por medio de una Alianza eterna. Esperamos un hombre renovado, un cielo nuevo y una tierra nueva en los que habite la justicia. Jesús, es el Señor, es ya la Cabeza de esta nueva creación.
            En este día de alegría, se pone a nuestra consideración el testimonio de Pedro y Juan. Ellos son los dos testigos, de quien el discípulo amado, es el que “corría más rápido que Pedro”, tal vez en sentido físico o en sentido del corazón, porque al final se dice que él “vio y creyó”.  Este testimonio es el cimiento, en el que se asienta la Iglesia desde sus orígenes. Ellos habían sido testigos de cómo pasó haciendo el bien y fueron testigos también de su resurrección que proclaman. Nuestra fe actual en la Resurrección de Cristo, se apoya en su fe. Pero no hay que olvidar que se encuentra también en nosotros su confirmación y nos despierta una exigencia. La confirmación de esa fe es obra del mismo Espíritu de Cristo resucitado que alienta en nuestro interior. La exigencia de una vida que se entregue sin descanso a transformar el mundo, está alimentada por la esperanza de que el amor, que da la propia vida, es más fuerte que la muerte.
            La piedra sepulcral era en el antiguo Israel el sello de la boca de los infiernos, que tiene siempre hambre “y no dice nunca: ¡Basta!” (Pr 30,15-16). Ahora está derribada porque la zona de la muerte ya no es una frontera irreversible, sino abierta. Y sobre ella se sienta, glorioso, el enviado del Señor, semejante a un héroe victorioso. La reacción que se desencadena externamente es la del miedo, del terror y del estupor porque ya está sucediendo un vuelco radical dentro del destino de la humanidad. Desde cuando dentro de la oscura región de la muerte ha pasado el Hijo de Dios, el viviente por excelencia, todo ha quedado irradiado de luz. Él ha celebrado el triunfo sobre las fuerzas oscuras de la muerte, abriendo las puertas de los infiernos a la vida. Y el anuncio del ángel es la proclamación de esta victoria que se ha realizado en Cristo que “ha resucitado” y todavía viven en medio de nosotros, aunque a través de una nueva presencia.
            Así pues, esta etapa que la humanidad vive está dominada por el Señorío de Jesús. Él es la cabeza del pueblo humano y de la Iglesia, el primero de la nueva creación. Gracias a este influjo que brota de la “tumba vacía”, la historia camina a su plenitud. Como Señor, él es la norma de toda realización humana. No hay otro Señor en el que podamos alcanzar la salvación.
            Desde esta experiencia preparada y alimentada por el tiempo de la Cuaresma, nos abrimos al gozo de esta certeza de fe: Cristo resucitado vive siempre a nuestro lado, por eso como canta el salmista: “Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo” (Sal 117,1-2). O como reza la secuencia que se proclama en la liturgia de este día: “Primicia de los muertos, sabemos por tu gracia que estás resucitado; la muerte en ti no manda”.  ¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Aleluya!
           


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