Mensaje P. Tony Salinas

lunes, 12 de agosto de 2013
Al Encuentro de la Palabra…en el Año de la Fe
A prender fuego…”  (Lc 12,49-57 – XX Domingo del Tiempo Ordinario)

            Nos sigue cautivando queridos amigos y amigas, el evangelio de Lucas, que desde hace varios domingos, nos viene invitando a una adhesión más radical y real a la persona de Jesús y a su Reino. En este domingo, a través de la primera lectura, que aparece como una gran monición al texto evangélico, tomada de Jeremías (38,4.6.8-10), el profeta anuncia con sus palabras a Cristo. Su vida toda es una profecía, una encarnación progresiva de esta Palabra de Dios que se encarnará plenamente en Cristo. El anuncio valiente de lo que Jeremías veía como voluntad de Dios crea división entre los que le escuchan y le lleva a pasar en la cárcel dos tercios de su vida. Y es que Cristo con su palabra, ha venido “a prender fuego en el mundo”. E inmediatamente agrega: “¡Tengo que pasar por un bautismo!” Hay pues, en este texto un atrevido contrapunto, por parte de Jesús, al oponer a las llamas devoradoras la imagen del agua que tiene que ver con el tema del bautismo. Como el fuego, el agua también arrastra, purifica, fecunda. Sólo que la “inmersión” (es el sentido original de la palabra griega “bautismo”), para Cristo y sus discípulos, no se hace dentro de las “claras, frescas y dulces aguas”, como se hacía de manera romántica en el ritual de fecundidad del culto grecorromano del dios Pan. La inmersión que ahora Jesús propone es en la sangre de su pasión. De aquí, llamo a proponer que nuestro bautismo más que ser un hecho que se anota en nuestros archivos parroquiales, debe grabarse en nuestra carne, escrito, por qué no, con la sangre de nuestra propia vida.  San Pablo, a propósito de esta idea, señala que debemos ser: “una carta de Cristo escrita no con tanta tinta sino con el Espíritu Santo de Dios vivo, no sobre tablas de piedra sino sobre tablas de carne, de nuestro corazones” (2Co 3,3). Ser fiel en vivir y anunciar la verdad de Cristo equivaldrá, para todos los bautizados, un despertar tremendas oposiciones, a “renunciar al gozo inmediato, como Cristo, y soportar la cruz sin miedo a la ignominia”.
            Para muchos lectores y oyentes del mensaje de este domingo, las palabras de Jesús aparecen hasta cierto punto desconcertantes, para Uno de quien se ha dicho es: “Príncipe de la paz” (Is 9,6). “¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división”. La imagen bélica de la división (término griego que podemos casi traducir como “hacer pedazos”), Cristo opone su espada a la falsa paz de la superficialidad, de la indiferencia, de la trivialidad y del compromiso entre el Señor y los ídolos, entre el amor y el egoísmo. Esta es en verdad una auténtica lucha, de la cual muchos no nos hemos percatado, siendo víctimas pasivas de mal, ante el cual parece que no le hacemos resistencia. Por eso no debemos extrañarnos de que Él con su Palabra, traiga la división, es en verdad su palabra, que “penetra hasta el punto de la división del alma y del espíritu, de las articulaciones y dela médula” (Hb 4,12). Es esta realidad penetrante que crea las más profundas divisiones, que por su causa la historia de la humanidad ha reportado y registrado a lo largo de los años. Y es que el auténtico discípulo de Cristo, experimenta la hostilidad, la incomprensión y hasta la más dura persecución. Las palabras aparentemente contradictorias de Jesús, no los son si las entendemos desde el contexto de su vida y misión. Por ser Jesús, la “Verdad”, sus palabras le llevaron a esa “vía dolorosa” que destinada a ir a Jerusalén, marcaba su destino de pasión y muerte. Él inocente, que cargó con los pecados de todos, recibió el fuego del juicio de Dios, fuego que por justicia, se convirtió en signo y principio de una vida nueva, que trae para todos los que salvó, la fuerza y el coraje para seguir su camino, convencidos que para vivir, hay que morir por su causa.


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