Mensaje P. Tony Salinas

lunes, 5 de agosto de 2013
Al Encuentro de la Palabra…en el Año de la Fe
“Encendidas las lámparas…” (Lc 12,32-48 – XIX Domingo del Tiempo Ordinario)

            Hoy la liturgia de la Palabra de Dios, nos introduce a una atmósfera nocturna y tensa. La vida de fe impone trascender las ocupaciones mismas en que debemos empeñarnos. La revelación no se nos da en tranquila posesión, sino en promesa. De aquí que para entender este mensaje, se recurra a la contraposición de luz y tinieblas. La tiniebla constituye uno de los grandes símbolos negativos presentes en todas las culturas: ésta es signo de la nada, del caos, del mal, del delito, del temor, de la prueba. Pero la noche puede ser también un regazo fecundo de donde surgen la luz y la mañana. Es el caos, por ejemplo, de las famosas cuatro noches de la tradición judía: la que precede la creación, la de la vocación de Abrahán, la de la pascua celebrada por Israel en Egipto y, finalmente, la noche última de la historia, la que abrirá sobre el día sin ocaso la eternidad. La tercera de estas noches es ciertamente la más importante en el contexto bíblico, ya que ella representa en el ayer como en el hoy, la noche más fecunda de todas porque trae la liberación de la opresión.
            Y bajo este tema que viene ilustrado por la primera lectura del libro de la Sabiduría 18,6-9 que aparece como un telón de fondo, el Evangelio de Lucas, hace referencia a la noche pascual del Éxodo: “Estén preparados con el cinturón al dorso”, precisamente como tenían que estar los hebreos en aquella noche, a la vigilia de su marcha hacia la libertad. Y es que con Cristo y su regreso, está por llegar el día del éxodo definitivo hacia la plena y perfecta libertad. Se trata de estar preparados, de salir al encuentro de aquel que viene a rescatarnos. Para esta finalidad Jesús nos presenta tres breves parábolas: la primera parábola es la del amo que vuelve de la fiesta de bodas a medianoche y, al ver a sus siervos todavía despiertos y activos, se ofrece, lleno de simpatía y de amor, a prepararles la cena. La segunda parábola, brevísima, tiene por actor a un ladrón que irrumpe en un casa, sin avisar, ¡claro está! Destruyendo y robando todo. Y la tercera parábola más desarrollada y articulada, la del administrador  fiel y sabio que está listo a entregar al amo el balance y la organización de la casa, en cualquier momento en que el amo lo llame a relación.  Con esta parábola se comprende que el error está en pensar desarrollar toda su misión, en que su “amo tarda en llegar”. Con esta última parábola nos quedamos en la meditación de lo que Lucas, quiso señalar a su Iglesia del siglo primero, tal vez, indiferente y descomprometida, por pensar así “El amo tarda”. Esa fue la tentación de ellos y por qué no la nuestra también. A la esperanza y a la tensión en la fe, se pudo haber interpuesto la llamada tentadora de permanecer como privilegiados por la elección, sin responsabilidad alguna que asumir en primera persona. Por eso, el imperativo lucano es: “¡Estén preparados!”, en la Iglesia todos debemos estar como el centinela que aguarda la aurora, señalado por el Salmo 130,6-7. Pero para vivir así, hay que estar cimentados en la fe, sin ella no hay posibilidad de optar por una actitud profundamente espiritual en términos de vigilia y de espera confiada en su Señor, que tarda pero que volverá.

            Hoy con esta palabra que anima la vida del cristiano, Jesús quiere y desea que sus discípulos se hayan despojado ya de las “bolsas que se deterioran” y aprisionan, y se haya ceñido el vestido para el largo viaje. Peregrino de fe que tienen sus lámparas encendidas para no conocer las oscuridad de las noche, asechadas por el maligno. 

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