Mensaje P. Tony Salinas

lunes, 17 de marzo de 2014
Al Encuentro de la Palabra…
“El Salvador del mundo…” (Jn 4,5-42 – III Domingo de Cuaresma)

            Hoy nos encontramos con el único texto de los evangelios que califica a Jesús como el Salvador del mundo. Hermosa confesión con un alto sentido de definitivo y eterno. No hay otro fuera de Él. Como la mujer samaritana del texto evangélico de hoy, pide la fe en el Salvador del mundo, que engendra una nueva vida; dando a la vez unos sentidos nuevos. El creyente ha recuperado el sentido del gusto. Sabe en qué pozo mana el agua que dura hasta la vida eterna. Jesús de Nazaret, en contraposición a las cisternas agrietadas que nos fabricamos, es la fuente de agua viva.
            Ahora bien, según la que ha sido llamada la “mística del espacio” característica del cuarto evangelio, el texto de hoy, “de la samaritana”, se desarrolla en estos grandes signos topográficos que revelan un sentido más alto de su propia imagen. En este caso es el agua en el pozo, es la realidad del oriental que busca con ansiedad continua dentro de su panorama a menudo tan asoleado, sabiendo que ella no es sólo un instrumento de purificación y frescura, sino sobre todo raíz de vida y fecundidad. El agua irriga el suelo haciendo brotar yemas verdes; el agua combate la muerte del desierto haciendo allí renacer la vida; el agua fortalece al hombre en su camino cotidiano. En esta luz, las palabras de la samaritana: “Señor, dame de esta agua par que no tenga más sed”, contienen la petición fundamental del cristiano. Él no busca un agua aunque fresca y santa como la del pozo de Jacob, sino “el agua que brota para la vida eterna”.
            El diálogo con la mujer se desarrolla en torno al pozo de Jacob, que es el único que existe hoy en la región de Siquén. Ya desde el siglo IV, un santuario había rodeado este pozo, que tiene una profundidad de 32 metros; también los cruzados erigieron allí una basílica en cuya cripta se había conservado dicho pozo. Hoy es un lugar custodiado por la iglesia ortodoxa. Pues bien el agua tiene ese gran sentido teológico. 1500 versículos del Antiguo Testamento y 430 del Nuevo están “sumergidos” en el agua, porque es la realidad que más desea todo el paisaje oriental, que como sabemos es a menudo seco, árido y sediento.
            En el texto Jesús única fuente de salvación, ofrece dos realidades una tras la otra. En el Antiguo Testamento se habla de beber de la Sabiduría: “Lo haré beber el agua de la Sabiduría” (Sir 15,3), pero en el evangelio de Juan aparece de forma diferente: “Los que me beban ya no tendrán más sed”. Pero Juan va más largo y es el segundo punto: “Y el agua se convertirá en él en una fuente” (4,14). El agua pues que ofrece Jesús, además de saciar definitivamente, también se convertirá en una fuente, pero con la cualidad que saltará incluso hasta la vida eterna. Estas últimas palabras logran despertar en la samaritana el deseo de beber de esta agua. Escuchando también tan bello relato, estamos llamados a sentir ese gusto por el agua que sólo Jesús puede dar. Desierto, sequedad y sed, deberán ser los signos cuaresmales que nos inviten a buscan a aquél que puede llenar a plenitud las muchas ansiedades del corazón. Con otro pasaje del Salterio podemos decir en estos días de penitencia: “Tiendo mis manos hacia ti; sediento estoy de ti como tierra seca, agostada sin agua” (Sal 143,6).





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