Mensaje P. Tony Salinas

jueves, 21 de mayo de 2015
Al Encuentro de la Palabra…
“Recibe el Espíritu Santo” (Jn 20,19-23 – Domingo de Pentecostés)

            Queridos amigos y amigas, hemos llegado al final de los días pascuales, con la celebración de la fiesta de Pentecostés. Para comprender el sentido de nuestras solemnidades vividas durante estas semanas, necesitamos adentrarnos en el corazón de las grandes solemnidades del pueblo de Israel. Para Israel las tres grandes fiestas anuales de la primavera, del verano y del otoño se insertan en un dinamismo nuevo, el de la historia, en el cual Dios actúa. De esta manera, la Pascua (que cae en primavera) es la fiesta de la liberación del éxodo; la celebración de las tiendas (vendimia) es la fiesta que conmemora el paso de Israel por el desierto. Por su parte, Pentecostés es la celebración agraria de las primicias y de la cosecha, situada siete semanas después del inicio de la primavera. Se trata de una lectura en clave de historia de salvación, se puede confrontar: 2Cro 15,10ss; Jr 31,31-34; Ex 36.
            Pues, bajo este marco hermoso de celebraciones judías, llegamos al final de la Pascua, con esta fiesta del don del Espíritu el día de Pentecostés. Los términos espíritu y viento en hebreo se expresan con la misma palabra: rûah, que se puede traducir por “aliento” o “principio de vida”, “viento”, “espíritu”, “soplo”. Por tal razón, el gesto que Jesús realiza sobre sus discípulos y la consiguiente declaración: “Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,19b) están en la misma línea de imágenes bíblicas. Estamos ante un nuevo nacimiento, ante un verdadero aliento de vida, tal como sucedió en el principio de la vida según Gn 1,2.2,7.
            Con el conjunto de lecturas de la Palabra de Dios de este domingo solemne, descubrimos que el Espíritu Santo realiza tres misiones en la vida de la Iglesia. La primera, consiste en ser fuerza purificadora  y liberadora del pecado: “Reciban el Espíritu Santo. A quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan reteneidos” (Jn 20,22). La segunda, consiste en ser la fuente de diversos carismas y ministerios, tal como atestigua la segunda lectura de hoy: “Hay diversidad de carismas pero un mismo Espíritu; diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos” (1Co 12,4-6). La tercera, consiste en realizar la unidad en la pluralidad de pueblos y de culturas, tal como queda atestiguado en la narración del día de Pentecostés en Jerusalén (Hch 2,5). La prolongada lista geopolítica (nadie queda excluida de la misma) que indica el lugar de procedencia de los habitantes de la Ciudad Santa de entonces, anticipa la llegada de la Buena Nueva a todos los pueblos de la tierra; gracia que se efectuará en el Espíritu de Dios que estará siempre presente, y que realizará la unidad en la pluralidad, porque su acción no conoce fronteras.

            Por tal razón, es el Espíritu Santo, la realidad sobrenatural que hace viva y operante la vida de la Iglesia, y que la convierte en una Santa, católica y apostólica. Es un domingo maravilloso para señalarnos como nos ha dicho Su Santidad Benedicto XVI: “Inmediatamente se ve cómo este Espíritu da vida a una comunidad que es al mismo tiempo una y universal, superando así la maldición de Babel. En efecto, sólo el Espíritu Santo, crea unidad en el amor”. 

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