Para este tercer domingo de la Cuaresma,
nos acompaña el evangelista Juan. Nos narra el acontecimiento en la primera de
las tres pascuas que suceden en la vida pública de Jesús, según este evangelio.
Él se encuentra en el templo de Jerusalén lleno de peregrinos, de animales
destinados a los sacrificios y de cambistas, los que cambiaban las monedas
imperiales –impuras debido a las efigies grabadas en ellas- con otra moneda válida para pagar el impuesto
que todo hebreo daba para el templo. La escena de la expulsión de los venderos,
que es la que nos ocupa en este domingo, está llena de vivacidad y contenido
profético, señalado por los detalles que narra el evangelista. Jesús se lanza
contra ellos con “un látigo de cuerdas” y con la afirmación “¡No hagan de la
casa de mi Padre un lugar de mercado!”. Hay que señalar además, que no sólo se
ubica este episodio en el tiempo y el espacio, sino también en la intención
teológica del escritor, que inicia así un progreso en el tema de las
controversias, que cada vez más se van haciendo más profundas, con una técnica
literaria muy clara: el malentendido. Estos malentendidos dan pie a una
aclaración ulterior de Jesús. En estas controversias el malentendido es, a
veces, grosero y tiene claras connotaciones de la ironía que caracteriza tantos
fragmentos de este evangelio. El ejemplo de hoy es notable: “Cuarenta y seis
años se han tardado en construir este santuario ¿y tú lo vas a levantar en tres
días? (2,20). Agreguemos además, que las fiestas son importantes en la
articulación de estas controversias, porque es a través de las fiestas que nos
ponemos en contacto con los judíos de Jerusalén y, más en concreto, con los
fariseos y los oficiales del templo que llevaron al término su persecución
consiguiendo la condena de Jesús. Y todas estas controversias concluyen en la
centralidad del mensaje de Cristo sobre su persona. Aquí es el templo de quien
Él es su propia construcción y el lugar nuevo y único de la verdadera presencia
del Dios altísimo. Así, se destruirá este templo y en tres día se levantara de
nuevo, sus interlocutores no lo pueden entender e ironizan esa probabilidad
para un edificio que había necesitado 46 años de trabajos, a partir del 18º año
del rey Herodes, es decir, desde el 20/19 a.C. (tal vez, mientras Jesús habla,
está por celebrarse la pascua del 28 d.C.).
La declaración adquiere su verdadero
significado con el comentario de Juan: “Cuando resucitó de entre los muertos,
los discípulos se acordaron” que Jesús “hablaba del templo de su cuerpo”. La
resurrección es, pues, el corazón del mensaje. Es el anuncio de un cuerpo
glorioso que rompe los lazos de la muerte y se revela como la sede suprema de
la presencia de Dios en medio de su pueblo. Con este relato, todos estamos
invitados a entrar en el templo de Cristo, su cuerpo, con una auténtica
purificación de nuestros males, para poder como él resucitar a una nueva vida
en esta pascua florida que se acerca. Somos hoy su pueblo que junto camina para
formar también ese cuerpo glorioso de Cristo, que resplandece en medio del
mundo como un nuevo sol que disipa la oscuridad de la noche.
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